Qué significa «Biblia»
La palabra «Biblia» procede del griego «biblia» (libros). El singular es «biblíon»; «biblos» es una forma de biblíon, y significa simplemente cualquier clase de documento escrito. Originalmente biblos significaba un documento escrito en papiro, una clase de papel fabricado con una planta egipcia (véase «Plantas» y el capítulo sobre «Manuscritos y versiones antiguos»). Al antiguo puerto fenicio de Gebal (cerca del moderno Jebeil, unos 40 kilómetros al norte de Beirut) los griegos le cambiaron el nombre por Biblos (Biblus) porque era una ciudad famosa por la fabricación de papiros para escribir. Además, los habitantes de Biblos se hallan entre los primeros que iniciaron la evolución de la escritura e inventaron uno de los primeros alfabetos. Era por tanto natural que los griegos llamaran al lugar «Biblos» y siglos más tarde, al inventarse el códice (un libro con páginas dobladas en forma de acordeón), persistió el término y llegó a significar «libro». Nuestra palabra «Biblia» significa simplemente un «libro».
«Escritura»
«Escritura», «Escrituras» o «Sagradas Escrituras» son términos que los escritores del Nuevo Testamento emplean para referirse al Antiguo Testamento o a cualquier parte del mismo.
Por «Escrituras», querían decir «Escrituras Divinas». Pablo habla de «Sagradas Escrituras» en 2 Timoteo 3.15 y en el versículo 16 emplea el término «la Escritura». La expresión «las Escrituras» se emplea en Mateo 21.42; Lucas 24.32; Juan 5.39; Hechos 18.24.
La expresión singular «la Escritura» usualmente se refiere a un determinado pasaje del Antiguo Testamento más que al Antiguo Testamento en su conjunto (Marcos 12.10; Lucas 4.21; Santiago 2.8). En 2 Pedro 3.16 se llama «Escrituras» a las epístolas de Pablo y probablemente a los evangelios; de modo que tenemos precedentes de peso para emplear tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento en nuestras Escrituras cristianas. Pero no todos los cristianos tienen el mismo contenido en sus Escrituras. (Véase «El canon» en otra parte de este capítulo).
«Testamento»
En lenguaje corriente «testamento» es la última voluntad de una persona, en la que ésta dispone de sus bienes para el momento de su muerte. Pero no es ese el sentido que tiene en la Biblia, en la cual significa «pacto» o convenio. Sería más apropiado hablar de Antiguo Pacto y Nuevo Pacto, pero la tradición (a partir de Tertuliano) desde hace mucho ha establecido el empleo de la palabra «Testamento».
La idea de un «pacto» se remonta a Moisés en el Sinaí (Éxodo 24.3-8), y aun antes de Moisés, a Abraham (hasta hay más antiguos indicios del Pacto, Génesis 6.18, por ejemplo) cuando Dios hizo una promesa a su pueblo elegido. Al hacer aquella promesa o pacto, Dios se colocó en una especial relación con su pueblo: en una relación salvadora o redentora. El Antiguo Testamento narra la historia de cómo aquella especial relación ha funcionado en la historia. Pero los judíos preveían y esperaban un Nuevo Pacto, y en él ponían su esperanza; Jeremías (31.31-34) predijo aquel Nuevo Pacto (véanse las palabras de Jesús en Mateo 26.28). Que el Nuevo Pacto en realidad se produjo, lo demuestra el propio Jesús al decir: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre» (1 Corintios 11.25). No es sorprendente que Pablo mencione el Antiguo Pacto (2 Corintios 3.14) y el Nuevo (2 Corintios 3.6). Y el autor de la Epístola a los Hebreos hace de la distinción entre los Pactos, uno de sus grandes temas (Hebreos 8.13, etcétera).Antiguo Testamento: Divisiones
Hay tres divisiones en el Antiguo Testamento hebreo: Ley, Profetas y Escrituras. Esta división triple se refleja en pasajes del Nuevo Testamento como Mateo 5.17, Lucas 16.29 y Lucas 24.44.
Tradicionalmente la Biblia hebrea contenía solamente veinticuatro libros distribuidos así:
Estos veinticuatro libros de la Biblia hebrea corresponden a los treinta y nueve de nuestro Antiguo Testamento. El número se altera principalmente al dividir los profetas menores en doce libros separados y al dividir (en dos cada uno) Samuel, Reyes y Crónicas. Esdras-Nehemías también se separan en dos libros. En la Biblia griega (Septuaginta), el Antiguo Testamento tiene una división diferente, determinada por similitud de temas. Así:
Este es el orden que generalmente siguen la Bilia latina y nuestras Biblias Evangélicas. (Véase «Canón» en otra parte de este capítulo.) Por cierto, este orden es más cronológico que el de la Biblia hebrea (por ejemplo, Rut viene después de Jueces).
Nuevo Testamento: Divisiones
El tamaño del Nuevo Testamento es sólo un tercio del Antiguo. Su división general es como sigue:
EVANGELIOS HISTORIA EPÍSTOLAS APOCALIPSIS
Este bosquejo no corresponde al orden en que se escribieron los libros; de haber sido así, las epístolas aparecerían primero (Santiago o Gálatas), y Marcos sería el primer evangelio. Segunda de Pedro sería el último libro en vez de Apocalipsis. Se ordenaron según un principio diferente, no según la fecha de escritura. Los evangelios están primeros porque nos presentan al Fundador de nuestra religión; Él es el comienzo del relato. Mateo es el primer evangelio porque es el más judío y muestra cómo en Jesús se cumplió el Antiguo Testamento; de modo que Mateo constituye un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Hechos viene después de los evangelios porque continúa la historia hasta treinta años después de la muerte y resurrección de Jesús. Las Epístolas de Pablo están ordenadas en general según su extensión, la más larga, primero, la más breve, última. (Una ampliación sobre el ordenamiento de las cartas de Pablo puede verse en el capítulo «El Nuevo Testamento libro por libro».) El Apocalipsis concluye el Nuevo Pacto porque lanza la nota de esperanza y consumación de Pablo están ordenadas en general según su extensión, la más larga, primero, la más breve, última. (Una ampliación sobre el ordenamiento de las cartas de Pablo puede verse en el capítulo «El Nuevo Testamento libro por libro».) El Apocalipsis concluye el Nuevo Pacto porque lanza la nota de esperanza y consumación en el Día Final. Hebreos y las epístolas católicas (universales) amplían y fortalecen la doctrina del Nuevo Testamento, y fueron añadidas también por aplicaciones prácticas de la doctrina. El todo en cnjunto tiene este aspecto:
Antiguo y Nuevo Testamentos juntos
Es significativo que desde muy al principio de la historia cristiana los veintisiete libros del Nuevo Testamento aparezcan unidos a las Escrituras hebreas. Esto suministró más ricos y amplios recursos para la adoración y para la defensa del Evangelio cristiano. Además, el Antiguo Testamento era reconocido como preparación para el Nuevo (Hebreos 1.1-2). Es por ello que la Biblia de los apóstoles, así como la de su círculo de predicadores del Evangelio y demás colaboradores, era en realidad el Antiguo Testamento, al que llamaban «las Escrituras». El Antiguo Testamento contenía el camino de la salvación la venida del Mesías (obsérvense las palabras de Pablo en Romanos 3.21 y 2 Timoteo 3.15). Y, lo que es más importante, el propio Cristo empleó el Antiguo Testamento; y en virtud de su autorizado ejemplo, el círculo apostólico también lo empleó.
Escuchemos lo que en sus Laws of Ecclesiastical Polity dice Richard Hooker:
El fin general del Antiguo y el Nuevo (Testamento) es uno, y la diferencia entre ambos se reduce a esto: El Antiguo Testamento daba sabiduría enseñando la salvación mediante el Cristo que había de venir; el Nuevo, enseñando que Cristo el Salvador vino.
De modo que el Nuevo es el cumplimiento del Antiguo. El Antiguo es lo que Dios hizo en el pasado; el Nuevo, lo que Él dramatiza en un Hijo.
El Nuevo en el Antiguo ya se implica; El Antiguo en el Nuevo bien se explica. El Nuevo en el Antiguo es verdad rara; El Antiguo en el Nuevo ya se aclara.
Idioma de los Testamentos
El Antiguo Testamento se escribió originalmente en hebreo, pues era el idioma en que se expresaba literariamente el pueblo hebreo, la nación llamada Israel. Hay que saber, sin embargo, que Daniel 2.4b -7.21 y Esdras 4.8-6: 18; 7.12-26 y Jeremías 10.11 están escritos en arameo, idioma emparentado con el hebreo y parte de la familia de lenguas semíticas (árabe, asirio, babilonio, cananeo).El Nuevo Testamento se escribió en griego, aunque parte del mismo primeramente fue hablado en arameo, idioma cotidiano de Jesús y sus discípulos.
Épocas que abarcan
Las Escrituras hebreas; se produjeron durante un período que abarca más de mil años, pero el Nuevo Testamento se escribió durante el primer siglo D.C., durante la segunda mitad del siglo. La historia del Antiguo Testamento se remonta hasta los albores de la humanidad y la historia divina. La arqueología ha demostrado la validez de la historia del Antiguo Testamento en un grado que hace apenas una o dos generaciones no se esperaba; y la civilización antigua de los hebreos y la del cercano oriente pueden estudiarse juntas, ya que las dos se desarrollaron por la misma época. En cuanto al Nuevo Testamento, las primeras epístolas de Pablo, añadiéndoles quizá Judas, se escribieron en un lapso de diez o doce años (del 48 D.C. al 60 D.C.); los cuatro evangelios y la mayoría de los demás libros del Nuevo Testamento se terminaron entre 60 y 100 D.C.
Variedad
La Biblia es el producto de una notable variedad. Los aspectos sociales, económicos, políticos y religiosos de la vida se hallan en ella presentes. Varían su geografía y su gente. El rico y el pobre, el libre y el siervo, el hombre urbano y el campesino, el culto y el ignorante, desfilan por las páginas de los Testamentos. Desiertos y ciudades, montañas y valles, ríos y mares son partes también del escenario bíblico. Así como hay variedad de ambientes en la Biblia, hay también en ella variedad de expresiones literarias. La mayoría escribió en prosa, pero algunos en poesías, y otros en prosa y en verso. Dentro de esta doble división de prosa y verso hay formas literarias como historia, leyes, parábolas, adivinanzas, biografía,sermones, proverbios e historias de amor. La historia de la redención se narra de suficientes maneras para apelar a los diversos temperamentos, antecedentes y personalidades de cada generación en toda parte del mundo.
Samuel Chadwick dijo cierta vez, «La Biblia es un milagro de variedad. En ella encontramos toda clase de literatura, toda forma de humanidad, toda variedad de temperamentos, toda necesidad humana, toda dote de sabiduría y gracia». «Es apta», decía, «para toda circunstancia y toda necesidad del hombre».
El tiempo
El tiempo, la historia o lo que podríamos llamar trasfondo histórico debe comprenderse para interpretar correctamente la Biblia. Entre los pueblos antiguos, los hebreos eran los que tenían el más agudo sentido de la historia; y lo eran porque Dios se reveló en sus actos y palabras por medio de la historia. No debe conocerse únicamente la historia de sus actos salvadores, sino también el ambiente en que dichos actos salvadores ocurrieron. Los acontecimientos de la Biblia tuvieron por centro el área geográfica que se extiende desde Egipto hacia el norte por Palestina, Babilonia y Asiria, hasta el Asia Menor y finalmente Europa. Puesto que los acontecimientos de la Biblia ocurrieron en un período de varios millares de años, han de observarse cuidadosamente los movimientos históricos de este gran período.
Si no se reconocen estos movimientos y cambios, el intérprete se encuentra en la torpe posición de evaluar los moldes de conducta del primitivo canaaneo por las elevadas norrnas morales de Jesús. Razonando de igual modo, es absolutamente esencial que en nuestro día tomemos de la Biblia las enseñanzas, de ejemplo o de palabra, que tienen aplicación para nosotros, en nuestra circunstancia moderna.
El lugar
Si el factor tiempo tiene que ver con el trasfondo histórico, el factor lugar tiene que ver con el trasfondo geográfico. Es un hecho reconocido que la posición climática y geográfica influyen en la cultura de un pueblo. En Egipto, donde hace mucho calor y rara vez llueve, la gente es lenta y necesita dormir mucho. Generalmente en climas frescos, por el contrario, la gente tiene movimientos más rápidos y es más progresiva en cuanto a eliminar la suciedad y la enfermedad. Algunas de las leyes del Pentateuco tienen definida relación con las cálidas condiciones climáticas del Cercano y Medio Oriente. Por ejemplo, la prohibición de comer cerdo era buena, porque dicha carne se descomponía rápidamente sin refrigeración. A la luz de este hecho sería injusto interpretar los actos de los antiguos hebreos como ignorancia simplemente porque podemos hoy día conservar y comer esta carne.
La situación
¿Cuáles eran las verdaderas condiciones de vida de los antiguos hebreos, o de los más recientes judíos en tiempos del Nuevo Testamento? Para comprender a estos pueblos antiguos en su vida cotidiana y ponernos en su lugar es esencial que observemos minuciosamente sus costumbres y modo de vivir. Es un hecho nuestra tendencia a formarnos imágenes; por lo tanto, nos formamos un cuadro más exacto de la Biblia si visitamos, por así decirlo, los pueblos bíblicos. Afortunadamente esto es posible mediante la abundancia de datos disponibles sobre vestido, relaciones y costumbres bíblicos. Además, los diccionarios bíblicos y libros similares de consulta suministran ilustraciones gráficas mediante cuadros y la palabra escrita. Actualmente los eruditos obtienen muchos de sus datos del trabajo de los arqueólogos que están excavando los restos de las civilizaciones de tiempos bíblicos.
Ver la Biblia como un todo
G. Campbell Morgan, al enunciar el principio contextual de interpretación bíblica, insistía en que era absolutamente necesario considerar cada libro de la Biblia y hasta cada capítulo y pasaje, a la luz de la Biblia entera. A veces se expresa de este modo: El mejor intérprete de la Biblia es la Biblia misma. He aquí un ejemplo exagerado: La Biblia dice, «No hay Dios» (Salmo 14.1). Así dice al pie de la letra. Pero proclamar que la Biblia enseña el ateísmo sería de lo más irresponsable y falto de honradez.
Tenemos que leer la afirmación, «No hay Dios», en su contexto completo, y entonces leemos: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios». Pero en la interpretación de este texto hay que ir más allá del contexto inmediato. Hay que considerar el resto de la Biblia. La Biblia comienza con Dios (Génesis 1.1) y termina con Dios (Apocalipsis 22.21), y entre uno y otro extremos casi cada línea palpita con la enseñanza de que hay un Dios viviente.
La interpretación bíblica y el Espíritu Santo
El gran Iluminador es el Espíritu Santo. Es él —según nos lo dicen la Escritura (Juan 14.26), la historia y la experiencia— el que nos interpreta la Biblia. Tenemos que emplear el principio contextual en todos los aspectos que detallamos anteriormente, pues el Espíritu Santo se vale de esos «medios» naturales para hacernos conocer la Biblia, y hasta nos la da a conocer en una dimensión más profunda aún. Es probable que el conocimiento de la geografía, la historia o la arqueología no hagan comprender y mucho menos experimentar el Nuevo Nacimiento, por ejemplo. Se requiere el poder convincente e iluminador del Espíritu de Dios para poner al desnudo la realidad de nuestro pecado e indignidad, y mostrarnos la anonadante verdad de que hay un Dios ansioso por atraer hacia sí al pecador. Las grandes verdades espirituales de la Escritura las revela el Espíritu Santo mismo.
Escuelas de interpretación
Para que el intérprete logre ver cada porción de la Escritura en relación con el conjunto, tiene que haber un principio orientador. Dicha regla ha variado de época a época, de grupo a grupo y de persona a persona. A continuación, bosquejamos algunos principios orientadores y escuelas de interpretación.
- Escuela alegórica
El principio alegórico se empleó en tiempos antiguos, y hoy día algunos se valen de él en una u otra forma. Alejandría, en Egipto, fue el centro de esta escuela de interpretación usada por hombres como Filón, Clemente y Orígenes. La alegoría consiste en describir una cosa representándola con otra. Se creía que esta espiritualización del contenido bíblico hacía que uno penetrara en la mente misma del Espíritu Santo; y que, además, así se cubrían las supuestas dificultades éticas del Antiguo Testamento (por ejemplo, la orden divina de matar a los madianitas). La verdad es que la alegoría no hacía ni una cosa ni otra. En la Edad Media, así como hoy día lo hacen algunos, ciertas doctrinas se «sacaban» de narraciones sencillas, o se introducían en las mismas. La alegoría es espuria precisamente porque no logra revelar la verdad que da fe de sí misma, sino que mediante su sutil y «piadosa» máscara hace que se sospeche de quien la emplea, si no de la Escritura misma.
- Escuela legalista
Esta escuela realmente tuvo seguidores desde muchísimo antes del día actual. Pablo luchó con los legalistas (Hechos 15 y la Epístola a los Gálatas) que insistían en guardar ciertos aspectos de la ley judaica a pesar del nuevo clima gentil y de la cambiada actitud en la vida cristiana. En la Edad Media surgió una escuela de «moralistas» que de ciertos pasajes bíblicos procuraban deducir los sistemas morales que les agradaban. Igual actitud persiste hoy día en ciertos círculos, que dan por propósito principal a la interpretación bíblica «descubrir otro argumento» para apoyar determinado punto de vista sobre conducta, menospreciando casi por completo el aspecto doctrinal o teológico de la Escritura. Lo contrario también puede ocurrir, en cuyo caso se interpretan las Escrituras para satisfacer la propia tesis doctrinal, desentendiéndose casi por completo de la práctica y la ética. A menudo esta actitud legalista de interpretación va de la mano de cierto manejo de la letra escritural, mediante el cual un «texto-demostración» se emplea para probar una tesis sobre determinado tema. Suelen valerse de este truco las sectas seudocristianas.
- Escuela reformada
Los reformadores protestantes del siglo XVI conciliaron dos formas de enfoque a la interpretación bíblica: el sentido recto o «evidente» de la Escritura, y la exégesis histórico-gramatical. Alegaban que cualquier cosa parecida a la interpretación alegórica era un intento de ocultar el sentido intencional de la Escritura, y en tal caso era espurio. Los reformadores tronaron contra esto y contra cualesquiera otros métodos que impidieran a las Escrituras «hablar por sí mismas». En cuanto a gramática, el argumento es que el simple análisis gramatical ayuda a comprender el significado llano de oraciones sencillas y aun de algunas no tan sencillas. Lo «histórico» se refiere a lo que las Escrituras significaban en su contexto histórico. Los reformadores también usaban la abundancia de comentarios que el pasado nos ha legado. Se preguntaban, «¿Qué han expresado los grandes intelectos del pasado respecto a la Biblia?» Los reformadores se interesaban especialmente en lo dicho por los Padres de la Iglesia (Agustín, Jerónimo, etc.). «Exégesis» significa extraer de la Escritura lo que realmente contiene; el término contrario es «eiségesis», hacer decir al texto lo que a uno le agradaría que dijera. No siempre lograron los reformadores evitar la «eiségesis», pues cada uno da a la Biblia el matiz de su propio modo de ver y del ambiente que lo rodea; pero puede asegurarse con certidumbre que hicieron más que la mayoría de las personas hasta aquellos días por dejar que la Biblia hablara por sí misma.
- Escuela tipológica
Esta escuela de interpretación también es antigua y actual al mismo tiempo. Los tipologistas, por ejemplo, ven un «tipo» o símbolo de Cristo en José, en el Antiguo Testamento, en el intento de sacrificar a Isaac, en Moisés y Josué como libertadores. Tienen cierta razón; pero José, Isaac, Moisés y otros han de tomarse como ilustraciones y sugerencias, y de ningún modo tomarlos al pie de la letra como «tipos» de Cristo. La persona de Cristo no es lo único de que se ocupan los tipologistas, pero el ejemplo anterior ilustra su método.
Cristo mismo, principio orientador
Algunas escuelas de interpretación son más dignas de alabar que otras. La escuela alegórica tiene un barrunto de verdad; los reformadores tuvieron tanto éxito en lo que iniciaron, que la mayoría de los eruditos actuales, por lo menos los protestantes, siguen adelante con su método y lo amplían. Lo bueno de la escuela legalista es su apego a la verdad; los tipologistas tienen razón en cuanto a que en verdad hay en el Antiguo Testamento prefiguraciones de Cristo y su obra. Pero a fin de cuentas lo que tenemos que hacer es enfrentarnos al Verbo definitivo, el Cristo, mediante el cual Dios habló y continúa hablando. Este mismo Hijo de Dios, este Jesús de Nazaret, este Cristo, el Mesías, tiene que ser el centro de nuestra interpretación de las Escrituras.
¿Qué significa esto? Primero, significa que debemos observar cómo manejaba el propio Cristo las Escrituras. ¿Cómo empleaba el Antiguo Testamento? Para Él, el Antiguo Testamento predecía su advenimiento. En lo relativo a doctrina, no debemos lanzarnos adelante con el ímpetu de la carne a formular nuestra propia teología; debemos preguntar qué creía Jesús, y dejar que Él sea el Gran Árbitro respecto a nuestra tesis. En cuanto a ética, la vida y ejemplo de Jesús constituyen el perfecto cuadro para la conducta humana.
Desde luego, no es tan sencillo como suena; en la mente de los hombres existen cuadros contradictorios respecto a Cristo, pero en este punto tenemos a nuestra disposición el Espíritu de Dios para que nos lleve a más verdaderos y profundos significados, y nos ayude a separar lo real de lo falso en cada caso individual. Si pudiera expresarse mediante un diagrama este método de interpretación, pondríamos a Cristo en el centro del círculo. Los rayos de la rueda convergen en Él, corte suprema de apelaciones, y la circunferencia de la rueda sería el Espíritu Santo que da equilibrio al todo.