Lección 11-a – La estructura del pacto en la Biblia (Caps. 1-3)

The Covenantal Structure of the Bible
Ralph Allan Smith
The Covenantal Structure of the Bible (revised version)
©2006 Ralph Allan Smith
Covenant Worldview Institute
Tokyo, Japan
info@berith.org

Traducción: Saulo Murguia (saulo.murguia@berithar.org)

Capítulo uno

El tema central de la Biblia

¿Cuál es el tema central de la Biblia?

Para responder a esta pregunta, debemos considerar una pregunta más fundamental: ¿Tiene la Biblia un tema central?

Si la Biblia es un libro, es evidente que la respuesta debe ser sí. Ciertamente, esta es la respuesta que han dado los cristianos de todas las tierras, idiomas y culturas que, durante casi 2000 años, han confesado que la Biblia es una revelación unificada de Dios.

Más importante aún, la Biblia misma confirma este testimonio. Aunque escrita por más de 40 autores diferentes durante un período de aproximadamente 1500 años, la Biblia presenta una cosmovisión integrada en sus doctrinas de Dios, el hombre, la ley, la historia y la salvación. La armonía de la enseñanza bíblica es aún más maravillosa, ya que representa un crecimiento orgánico de la revelación en el desarrollo histórico de la relación del pacto de Dios con su pueblo desde la creación original hasta el fin del mundo.

Cristianos de todas las épocas han confesado la unidad del mensaje bíblico, pero no todos han encontrado la unidad de la Biblia en los mismos temas. No todos están de acuerdo sobre cuál es el tema central.

Algunos, por ejemplo, han sugerido la idea de la redención. Ahora la historia bíblica seguramente es el desarrollo de un drama redentor. La Biblia nos dice cómo el hombre cayó en pecado y cómo Dios en su gracia salvó al hombre (Génesis 3: 1-15). Nos habla del gran amor de Dios por los hombres pecadores y la muerte de Jesús para redimir al hombre (Juan 3:16). La Biblia nos enseña que el Espíritu Santo fue enviado al mundo para aplicar la obra redentora de Jesús (Rom. 8: 1-14). En el clímax de la historia, veremos el mundo redimido y la plena manifestación de la gloria de Dios (1 Cor. 15: 22-28).

Por lo tanto, la redención es seguramente uno de los grandes temas de la Biblia. Pero, la redención no parece ser un tema lo suficientemente amplio como para incluir todos los temas principales. Para ser específicos, no parece lo suficientemente amplio como para incluir temas como la creación, que ocurre antes de que haya necesidad de redención y parece ser más importante en la Biblia que solo la información de fondo para la redención. Sería difícil con un tema central tan estrecho como la redención, encontrar un lugar apropiado para otros temas como los ángeles, Satanás, los ángeles caídos, el infierno, etc. Tan importante como la redención es para la historia bíblica, no parece ser el verdadero centro organizador de la Biblia.

Otros han sugerido que el tema central de la Biblia es Cristo mismo. Esto debe ser cierto en cierto sentido porque Cristo es el Creador del mundo y la Palabra de Dios encarnada (Juan 1: 1-3). Desde la caída hasta la consumación de la redención, el mensaje bíblico se centra en la persona de Cristo como el Salvador del mundo. Está prefigurado en tipos y predicho en profecía (Lucas 24: 25-27). Cualquier respuesta que uno dé a la pregunta sobre el tema principal de la Biblia, Cristo debe ser parte de la respuesta. Pero ¿en qué sentido debemos pensar en Cristo como el centro?

Muchos maestros de la Biblia creen que el pacto es el tema más importante en la Biblia. Nuevamente, el pacto es definitivamente un tema principal. La Biblia cuenta la historia de los convenios de Dios con Adán y Cristo (Rom. 5:12 y sigs.). Nos cuenta cómo Adán rompió el pacto y llevó a la raza humana, que él representaba, al pecado y al juicio. A Noé, Abraham, Moisés y David, Dios les otorgó promesas de pacto que representaban una renovación del pacto con Adán y la promesa de un pacto mejor por venir. Ese mejor pacto, por supuesto, es el nuevo pacto en Cristo. Él vino al mundo para ser nuestro nuevo representante, para tener éxito donde Adán había fallado.

Con su muerte en la cruz, nos redimió del pecado y del juicio: la maldición adánica. En su resurrección, recibimos vida. Por lo tanto, desde la creación hasta la redención, todo el mensaje bíblico es de pacto.

Al igual que la redención, el pacto es definitivamente un tema unificador de la Biblia, pero también parece ser inadecuado para reunir toda la gama de revelaciones bíblicas. Por sí misma, la noción de pacto tiende a ser abstracta y difícil de definir. Lo que necesitamos es un tema lo suficientemente amplio como para abarcar todas las ideas bíblicas principales, un tema que incluye la redención le da el honor apropiado a Cristo como el Creador y Salvador, y también hace justicia a la centralidad del pacto.

Tal tema es el reino de Dios. En el reino de Dios, todos los otros temas principales sugeridos se incluyen y se les da el lugar apropiado. Además, el reino de Dios incluye otros temas importantes para nuestra comprensión de la Biblia, como la creación, la enseñanza bíblica sobre los ángeles y los demonios, la doctrina del juicio final y el castigo eterno. Cristo mismo sigue siendo un tema central de la Biblia porque, como Rey, es el centro del reino, su esencia misma. La redención como tema central es el drama en desarrollo de la restauración de Dios del reino a su propósito original.

Además, el tema del pacto encuentra su lugar apropiado cuando reconocemos que el pacto es la constitución del reino, la definición de la relación del Rey Celestial con Su pueblo. En la historia bíblica, reino y pacto son conceptos casi sinónimos y al menos mutuamente dependientes. El pacto define y establece el reino; El reino en su esencia es una relación de pacto extendida.

El Génesis comienza con la creación del reino de Dios y la rebelión del hombre bajo Satanás. El resto de la Biblia cuenta cómo Dios restaura el reino para sí mismo y trae al hombre de vuelta a la posición de gloria del reino que Dios diseñó originalmente para él. La historia es la historia de la guerra de Dios contra Satanás. Dios derrota a Satanás y reconstruye su reino a través de Cristo, haciendo realidad su propósito original para la creación.

El Evangelio que Cristo predicó fue el Evangelio del reino de Dios: «Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.» (Mt. 4:23; cf. 9:35; 4:17; 5: 3, 10; 6:33; 10: 7; 12:28; 13: 11ff .; 16:19, 28; 18: 3- 4; 19:14; 21:43; 24:14; 25:34). Pablo, el gran apóstol, predicó el mensaje del reino: “Y Pablo permaneció dos años enteros en una casa alquilada, y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hch. 28: 30-31; cf. 14:22; 19: 8; 20:25; 28:23).

El último libro de la Biblia celebra el establecimiento eterno del reino de Dios: «El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.” (Ap. 11:15; cf. 1: 9; 12:10). Los últimos capítulos del libro de Apocalipsis describen la nueva Jerusalén, la ciudad celestial, el cumplimiento del propósito de Dios para la creación y la manifestación final del reino de Dios (Apoc. 21-22).

Cristo, como la cabeza del nuevo pacto, trae el reino de Dios cumpliendo las promesas hechas a Abraham y David, cumpliendo todo lo que Dios había diseñado para el hombre en la creación original. El intento de Satanás de destruir el reino es derrotado por el Mesías que salva al mundo y establece el reino eterno.

Por lo tanto, el reino del pacto de Dios es el tema central de la revelación bíblica. Todos los otros temas centrales sugeridos encuentran su lugar apropiado dentro de este tema, porque el pacto es la constitución del reino, Cristo es el rey, y la redención es la obra de Dios de restaurar el reino para que el hombre como vice-regente de Dios pueda cumplir su propósito original.

Capítulo dos

¿Qué es un pacto? (Parte 1)

Cuando decimos que el reino de Dios es un reino de pacto, nos referimos al hecho de que el pacto define la relación de Dios con el hombre y, por lo tanto, el pacto es la «constitución» del reino. Pero, debemos considerar más específicamente qué es un pacto. Para empezar, debemos entender la esencia del pacto, ya que a menudo se lo malinterpreta. A veces, incluso los eruditos bíblicos afirman erróneamente que la idea del pacto en la Biblia es esencialmente la misma que la idea de un contrato. Esto no es verdad. El contrato y el pacto difieren en su misma esencia. Un contrato es una relación condicional establecida para beneficio mutuo de las partes contratantes. Un contrato es un compromiso limitado, que continúa solo mientras continúe el beneficio mutuo. El pacto no es un tipo de relación contractual, limitada por el beneficio mutuo de las partes involucradas.

Para discernir la esencia de una relación de pacto, solo necesitamos considerar el libro de Deuteronomio, uno de los primeros libros de la Biblia, que enfatiza el pacto. Deuteronomio muestra claramente que la esencia del pacto es el amor. Primero, el amor de Dios por su pueblo es la base de su llamado. Luego, se les insta a responderle con amor, expresado por lealtad al pacto establecido con Dios.

«Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra. No por ser vosotros más que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto. Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas. Y por haber oído estos decretos y haberlos guardado y puesto por obra, Jehová tu Dios guardará contigo el pacto y la misericordia que juró a tus padres. Y te amará, te bendecirá y te multiplicará, y bendecirá el fruto de tu vientre y el fruto de tu tierra, tu grano, tu mosto, tu aceite, la cría de tus vacas, y los rebaños de tus ovejas, en la tierra que juró a tus padres que te daría… (Deut.7: 6-13)

En estos versículos vemos que el origen del pacto es el amor de Dios por Abraham y su simiente. Dios determinó bendecir a los hijos de Israel y hacerlos su propio pueblo. No los eligió como si estuviera recibiendo «un buen trato». No hay nada contractual aquí. En gracia, determinó amarlos y otorgarles su bendición.

Pero el amor requiere mutualidad. Es una calle de doble sentido. Entonces, Dios exige que los hijos de Israel también lo amen.

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.» (Deut.6: 4-5)

«Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad» (Deu.10: 12-13)

Como dejan en claro estos versículos, un pacto es un compromiso de amor. Dado que crea una relación fundamentalmente diferente de la relación mutua de búsqueda de beneficios de un contrato, debe establecerse de una manera diferente. En la Biblia, un pacto solo puede establecerse y sellarse mediante un juramento, que generalmente implica una ceremonia de juramento como la circuncisión (es decir, en el antiguo Israel, el acto de circuncidar a un niño constituía un juramento de pacto). El juramento es tan importante en un pacto que la palabra juramento a veces se usa como sinónimo de pacto (cf. Dt. 29:12, 14).

¿Qué es entonces un juramento? Un juramento es una promesa auto-maldita. Cuando uno hace un juramento, promete preservar la relación del pacto y sella la promesa con palabras que invocan una maldición sobre sí mismo si no cumple con su promesa. La maldición del pacto es la muerte.

Muchos cristianos pueden no darse cuenta de que una maldición es parte del voto tradicional de la boda cristiana. “Hasta que la muerte nos separe” significa “hasta la muerte”, pero incluye la idea de que nada más que la muerte puede poner fin al pacto, lo que implica la maldición de la muerte del que es desleal al juramento.

Otro aspecto del voto de boda tradicional ilustra el tipo de compromiso exigido en un pacto. Por ejemplo, decimos «en enfermedad y salud» y «para bien o para mal», lo que demuestra el hecho de que incluso si la relación resulta ser «no rentable» para nosotros, no abandonaremos a nuestra pareja por razones económicas u otras adversidades. El amor conyugal es abnegado. No hay base para disolver la relación a menos que uno de los que hizo el voto la traicione y socava toda la relación. La enfermedad, la pobreza o una personalidad desagradable no pueden deshacer el juramento. En el matrimonio, cada persona hace un juramento para entregarse sacrificadamente a la otra, sin pensar en beneficio personal.

La ilustración de la boda es especialmente apropiada, ya que la relación de Dios con Israel se compara con la relación de esposo a esposa (Ezequiel 16). Mientras Israel sea fiel al amor del pacto, y “fiel” aquí no significa perfección sin pecado, sino más bien fe y amor arrepentidos, Dios nunca la abandonará ni la abandonará. Su compromiso de bendecirla no puede ser sacudido.

Pero no es en la relación de Dios con Israel que vemos el significado completo del amor, porque la Biblia no revela el significado completo del amor de pacto hasta el advenimiento de Cristo. Es en la relación entre Cristo y el Padre, que primero vemos que el amor de pacto es la comunión eterna del Padre, el Hijo y el Espíritu.

«Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo en ellos.» Juan 17: 24-26

En la relación de Cristo y el Padre, entendemos que las palabras de Juan «Dios es amor» tienen un significado trinitario. Dios es amor porque el Padre, el Hijo y el Espíritu comparten un amor eterno el uno para el otro. Cada una de las tres personas de la Trinidad se dedica por completo a bendecir y glorificar a la otra (cf. Juan 7:18; 8:50, 54; 11: 4; 12:28; 13: 31-32; 14:13; 16: 14; 17: 1, 4, 5, 22, 24). Dios mismo en la comunión del amor trinitario es el reino supremo, y la relación entre las Personas de la Trinidad es el verdadero pacto.

Esto tiene un profundo significado para la historia bíblica de la creación y la redención. Dios creó el mundo como su reino para manifestar su gloria (cf. Sal. 8, 19). Dado que las tres personas de la Trinidad constituyen un reino de pacto de amor, el mundo creado también es un reino de pacto sobre el cual Dios puso a Adán y Eva a gobernar. Su regla debía basarse en el amor a Dios y a los demás. Debían proteger el mundo creado y cuidarlo para que fructificara para la gloria de Dios (Génesis 2:15). La caída del hombre fue un rechazo del amor de Dios y un rechazo del camino del amor entre los hombres. La violencia del mundo anterior al diluvio es el clímax de la rebelión de la caída y el resultado lógico del rechazo del amor de Dios.

La redención significa la restauración del propósito del pacto de Dios. El hombre es restaurado a su llamado original como la imagen de Dios, lo que significa que el hombre es llamado nuevamente a la comunión del amor de pacto del Padre, Hijo y Espíritu. El mundo creado también debe ser restaurado a su propósito original de revelar la gloria de Dios a través de la administración del pacto de la imagen de Dios.

El reino de la justicia y el amor debe hacerse realidad históricamente para que la mentira de Satanás y la tentación en el Jardín puedan ser completamente derrotadas para la gloria de Dios. La redención encuentra su cumplimiento en el reino de Dios. Dios ha derramado su amor de pacto sobre nosotros en Jesucristo para que a través de la fe en Él podamos ser recreados como sus hijos y traídos a una eterna hermandad de amor.

La Biblia es la historia del reino del pacto de Dios: su creación, su corrupción por el pecado y la locura, y la redención graciosa de Dios de ese reino para alabanza de la gloria de Su gracia. El tema central de la Biblia, el reino del pacto de Dios revela la naturaleza del Dios Triuno como un Dios de amor que ha llamado al hombre a una comunión de amor consigo mismo.

Capítulo tres

¿Qué es un pacto? (Parte 2)

La esencia del pacto de Dios es el amor, pero la idea de un pacto también implica una relación formal. El compromiso mutuo de una relación de amor a veces se expresa en una forma legal que hace explícitas las obligaciones del amor. Un pacto es un compromiso de amor así de formal.

Nuevamente, la analogía del matrimonio es útil. El hecho de que un voto de boda sea una ceremonia legal no resta valor al amor que expresa. Por el contrario, si un hombre profesa amar a una mujer, pero se niega a asumir obligaciones legales, la realidad de su amor es dudosa en el mejor de los casos.

El amor de Dios por el hombre se expresa en la forma legal de un pacto en el que Dios asume obligaciones sobre sí mismo y llama al hombre a ser fiel al pacto. El pacto, por lo tanto, tiene una estructura clara y puede expresarse en lenguaje legal formal.

El libro de Deuteronomio, el libro del pacto de amor nos proporciona nuestra comprensión del pacto. Todo el libro es un documento de pacto, estructurado en términos de un esquema de cinco puntos que se utiliza en toda la Biblia para definir el pacto.

Ray Sutton explica el bosquejo de Deuteronomio de la siguiente manera:

Trascendencia (Deut. 1: 1-5). El pacto comienza con un reconocimiento del señorío absoluto de Dios. Él otorga el pacto. Él es el rey absoluto.

Jerarquía (Deut. 1: 6-4: 49). En esta sección de Deuteronomio, Moisés describe la historia de Israel en términos de la guía y bendición de Dios. Dios le dio a Israel líderes, representantes del pacto. Cuando Israel fue fiel a Dios, ella obedeció a sus líderes.

Ética (Deut. 5-26). La sección central del pacto define cómo debe vivir el pueblo de Dios para que pueda ser su nación santa. La relación de Dios con su pueblo es una relación ética. Deben ser justos para disfrutar de las bendiciones del pacto.

Juramento (Deut. 27-30). El pacto promete bendiciones para quienes obedecen la ley y maldiciones para quienes se rebelan. Cuando el pueblo de Dios hace el juramento del pacto, le piden a Dios que los maldiga si desobedecen y que los bendiga si obedecen.

Sucesión (Deut. 31-34). La sección final del pacto se refiere a los herederos de las bendiciones del pacto. Dios tiene la intención de que el pacto continúe de generación en generación en familias piadosas. Entrenar a los niños para que sigan a Dios y trabajar para transmitir la bendición al futuro es esencial para la verdadera obediencia del pacto.

Por supuesto, el esquema de cinco puntos no es el único esquema del pacto que tiene validez bíblica. James Jordan, en un estudio inductivo de Levítico y Deuteronomio, sugiere que tres veces (Trinidad), cuatro (fundación del mundo), cinco (construcción), seis (hombre), siete (día de reposo – shabbat), diez (ley) y doce (personas del pacto) también son posibles organizaciones del material del pacto. Sin embargo, aunque Jordan no cree que la división del pacto en cinco partes tenga ninguna prioridad real sobre otros esquemas posibles, muestra que Moisés usa con más frecuencia un esquema de cinco puntos y que no es una invención arbitraria de los expositores.

Además, los diez mandamientos, según North, Sutton y Jordan, están estructurados como una repetición doble del esquema del pacto de cinco puntos.

  1. El primer mandamiento, al enseñar que solo Dios debe ser adorado, nos llama a honrar al Creador y Redentor trascendente. Al prohibir el asesinato, el sexto mandamiento protege la imagen del Dios trascendente.
  2. El segundo mandamiento y el séptimo están relacionados en toda la Biblia en relación con la idolatría y el adulterio. Ambos pecados son perversiones de sumisión al orden ordenado por Dios.
  3. La tercera sección del pacto, la ética, tiene que ver con los límites, que también es el punto del octavo mandamiento: «No robarás». El tercer mandamiento exige que usemos el nombre de Dios con rectitud: un llamado a obedecer su ley mediante la cual mostramos la gloria de su nombre en nuestras vidas.
  4. El cuarto y el noveno mandamientos están relacionados con las sanciones, ya que el sábado es un día de juicio en el que el hombre lleva sus obras a Dios para su evaluación; La orden de no dar testimonio falso nos ve en la sala del tribunal que participa en el proceso judicial.
  5. Los mandamientos quinto y décimo corresponden a la quinta parte del pacto, herencia / continuidad. En el quinto, a los hijos, los herederos a ser, se les dice cómo obtener una herencia en el Señor. En el décimo, se nos prohíbe codiciar, un pecado que conduce a la destrucción de la herencia en más de un sentido.

Hemos visto que el esquema de cinco puntos del pacto es 1) en realidad el esquema de Deuteronomio, 2) usado repetidamente en Levítico y Deuteronomio, y 3) el esquema estructural de los diez mandamientos. Por lo tanto, puede usarse como una herramienta para la exégesis bíblica y relacionar el pacto con los detalles concretos de la vida diaria. Jordan enumera los cinco puntos en términos generales que aclaran las implicaciones más amplias de cada punto.

  1. Iniciación, anuncio, trascendencia, vida y muerte, idolatría del pacto
  2. Reestructuración, orden, jerarquía, idolatría litúrgica, protección de la novia.
  3. Distribución de una subvención, incorporación, propiedad, derecho en general como mantenimiento de la subvención.
  4. Implementación, bendiciones y maldiciones, testigos, juicios sabáticos.
  5. Sucesión, mejoras artísticas, respeto por los mayordomos, codicia.

Utilizaremos este esquema de cinco puntos del pacto para ayudar a analizar los diversos pactos en la Biblia para que podamos obtener una comprensión detallada de cada era del pacto. Si bien la estructura general del pacto es la misma, la revelación del pacto crece con el tiempo. Para ver las implicaciones del pacto para cada época y observar el crecimiento del pacto, es útil considerar cada punto en cada pacto bíblico.

Como veremos, el primer punto, el señorío del Dios Triuno, es esencialmente el mismo en cada pacto. Sin embargo, Dios se revela en cada pacto de diferentes maneras para que su pueblo llegue a una comprensión más profunda de él. El segundo punto se refiere al sistema representativo establecido en la tierra. En cada época hay representantes en la iglesia, el estado y la familia que son líderes designados por Dios para su pueblo, pero los detalles del sistema cambian en diferentes edades. El tercer punto cubre los comandos detallados para la vida diaria que Dios le da a su pueblo. Estos también varían de una época a otra, aunque el corazón de la justa demanda de la ley de Dios no cambia. La justicia siempre significa amor, y las obligaciones específicas del amor están definidas por la naturaleza de la relación personal, por ejemplo, padre-hijo, esposo-esposa, hermano-hermano, etc. El cuarto punto, las bendiciones y las maldiciones, varía, dependiendo de la situación real del pueblo de Dios. Además, el cuarto punto trata de las ceremonias del pacto, nuestra renovación del juramento del pacto, cuyos detalles cambian mucho de un pacto a otro. El quinto punto que se ocupa de la herencia varía con los puntos segundo y cuarto de acuerdo con la situación del pacto del pueblo de Dios. Antes de analizar cada época del pacto en detalle, es importante comprender la estructura general del pacto de la Biblia.

Lección 11 – El Pentateuco

E1 término Pentateuco (pente significa cinco; así que Pentateuco significa «cinco rollos») se refiere a los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. También se les llama «Tora» o «Ley» porque desde antiguo los judíos han respetado esta obra en cinco volúmenes como su Ley. A veces se les llama los «Cinco libros de Moisés», por ser éste su personaje sobresaliente y haber sido el gran legislador de Israel por más de cuarenta años.

Estos libros enfocan los principales hilos de la revelación a los hebreos: En Génesis tenemos la revelación a Abraham, Isaac, Jacob y José (los patriarcas o «padres») con la creatividad de Dios y el pecado del hombre como trasfondo. En Éxodo hallamos una doble revelación: la libertad de los cautivos en Egipto y la dación de la Ley en el monte Sinaí. Levítico plantea claramente la enseñanza y la necesidad de vivir santamente. En Números Dios guía a su pueblo en su marcha hacia la Tierra Prometida. En Deuteronomio, Moisés recapitula el mensaje de Dios en cuanto a ley e historia hasta aquel momento, y se repiten los Diez Mandamientos (capítulo 5). En todo esto Dios se manifestó mediante reales actos históricos; por consiguiente, no es maravilla que, más que cualquier otro pueblo de la antigüedad, los judíos hayan tomado en serio la historia. Repetimos que en el acontecer histórico Dios se manifestó a su pueblo.

Hasta tiempos modernos todos los cristianos y los judíos creían que Moisés era el autor de la mayor parte o de todo el Pentateuco. Éxodo 24.4; Deuteronomio 31.9,24-26, por ejemplo, lo señalan como autor de porciones del Pentateuco. Algunos pasajes posteriores (e.g. Josué 1.7,8; 1 Reyes 2.3; 2 Crónicas 34.14) reconocen a Moisés como autor de la Ley. Además, el Nuevo Testamento da por sentada dicha paternidad (e.g. Lucas 24.27,44; Juan 1.45; Hechos 28.23). En ninguna parte dice la Biblia que Moisés haya escrito todo el Pentateuco. Por ejemplo, él no escribió el relato de su muerte al final de Deuteronomio. Pero hoy día algunos sostienen la tesis de que varias personas, y quizá muchas, participaron en la producción y redacción de los primeros cinco libros del Antiguo Testamento. Dicha tesis ha sido combatida, especialmente en los círculos conservadores. Pero lo que resulta claro es que hubo fuentes escritas en que se basó el Pentateuco (e.g. «El libro de las batallas de Jehová», Números 21.14). Moisés, hombre ilustrado capaz de apreciar el valor de las relaciones escritas, bien puede haber recogido los registros genealógicos y de otra índole, para unirlos a lo revelado por Dios (e.g. la Creación) tejiéndolos en forma de narración continua. En resumen, esa es la tesis actual respecto a Moisés como autor.

Génesis

Autor y fecha

Véase «Pentateuco», al comienzo de este capítulo.

Destinatarios

El pueblo de Israel.

Versículos clave

Génesis 12.1-3: «Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré y serán benditas en ti todas las familias de la tierra».

Propósito y tema

Génesis es una palabra griega que significa «origen» o «comienzo». Es un título apropiado para el libro que narra en lenguaje religioso el origen del cielo, la tierra, el hombre, el pecado, la muerte y los judíos.

El título del libro indica el propósito del mismo: relatar el comienzo. Los primeros once capítulos presentan el origen de la historia universal desde Adán hasta Noé. Del capítulo 12 al 50 trata la historia de los patriarcas hebreos (los padres) desde Abraham hasta José.

El Dios único es el Creador de todo (capítulo 1). El hombre fue el acto que coronó la creación. El pecado fue la gran desobediencia del hombre (capítulos 2, 3). La característica del pecado del hombre es que donde hay orgullo hay resistencia a la autoridad: rebelión. Dicha rebelión es básicamente contra Dios, y como tal (puesto que Dios es justo) cae bajo el juicio divino: tenemos así el diluvio de los capítulos 6—9. Pero, después de castigado, el hombre persistió en su pecado (capítulo 11); tal es la condición del hombre que, aunque se le castigue, y aunque sepa lo que debe hacer, peca. Pero si el carácter del hombre lo impele a pecar a despecho de su conocimiento, el carácter de Dios es el ser misericordioso a despecho de la persistencia del hombre en el pecado. En el lenguaje teológico al favor inmerecido de Dios se llama «gracia», la cual es, en cierto sentido, el verdadero mensaje de la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis. Aunque Adán y Eva habían pecado, aunque Caín había matado a su hermano Abel, aunque la humanidad había desobedecido a Dios, mediante Noé, Él salvó a un remanente. En Abraham, ese remanente llegó a ser el pueblo electo, el Israel de Dios, y se prolonga hoy día en quienes verdaderamente se identifican con la iglesia. Por medio de Abraham y los elegidos de los tiempos bíblicos, Dios había de proveer el gran liberador Moisés y el gran Libertador Jesús. También José es símbolo de liberación: si bien sus hermanos lo trataron cruelmente, él los salvo de una muerte de hambre inminente mientras reinaba en Egipto.

El hombre pecó; Dios juzgó, redimió y dio nueva vida. Estos potentes actos se revelan en la creación, el diluvio, la vida de Abraham y de los padres judíos. Los salvadores actos de Dios son el tema de Génesis y de la Biblia en conjunto.

Bosquejo

DE ADÁN A NOÉ: COMIENZO DE LA HISTORIA (capítulos 1—11)

Creación universal (capítulo 1)

Adán y Eva; la Caída (capítulos 2—3)

Caín y Abel, primer homicidio, descendientes de Adán (capítulos 4—5)

Noé, el diluvio, el Pacto del arcoíris (capítulos 6—9)

Comienzo de las naciones (capítulo 10)

Comienzo de los idiomas, de Sem a Abraham (capítulo 11)

DE ABRAHAM A JOSÉ: LOS PADRES HEBREOS (capítulos 12—50)

Abraham (capítulos 12—25)

Isaac y los gemelos Jacob y Esaú (capítulos 26—36)

José (capítulos 37—50)

Éxodo

Autor y fecha

Véase «Pentateuco» al comienzo de este capítulo.

Destinatarios

El pueblo de Israel.

Versículos clave

Éxodo 3.8: «Y he descendido para librarlos de manos de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, a tierra que fluye leche y miel…»

Propósito y tema

El título de «Éxodo» procede de la traducción griega del Antiguo Testamento (conocida como Septuaginta), y significa «salida» o «partida». Es un nombre adecuado para el libro que narra la historia de la partida de los judíos de Egipto atravesando el desierto de Sinaí rumbo a la tierra prometida, historia que continua en los dos libros siguientes del Pentateuco.

Moisés es el gran personaje en torno al cual ocurren los sucesos del Éxodo. Al comienzo del libro aparece como niño de cuna, crece hasta ser jefe de los israelitas cuando estos salen de Egipto y vagan por el desierto, y es a él a quien se da la Ley. De su grandeza en la historia no cabe duda. Tampoco cabe dudar de la grandeza de los dos acontecimientos centrales del libro: (1) la liberación del cautiverio egipcio y (2) la dación de la Ley. Estos dos acontecimientos han resultado significativos para la historia judíocristiana. En ellos se reveló Dios; constituyen ejemplos adicionales de sus actos salvadores.

El Éxodo significó liberación, y hasta el día de hoy lo celebran los judíos en la Pascua (véase «Días sagrados y fiestas»); de igual modo la Ley, cuya esencia son los Diez Mandamientos, es suma y sustancia de moralidad para los judíos. También para los cristianos el Éxodo y la Ley son esenciales: Cristo en la cruz es el Cordero Pascual, que conmemoramos en la Cena del Señor experimentamos al ser liberados del pecado, así como los hijos de Israel fueron liberados de Egipto. Los Diez Mandamientos forman la base de las leyes y para el cristiano el amor al prójimo es «el cumplimiento de la ley» (Romanos 13.8-10).

Bosquejo

Una curiosidad es que el libro de Éxodo consta de cuarenta capítulos, el mismo número de años de la peregrinación por el desierto. Los cuarenta capítulos se dividen en tres partes: Historia, Ley, Adoración.

HISTORIA: LIBERACIÓN DE EGIPTO (capítulos 1—18)

Israel en el cautiverio egipcio (capítulo 1)

Moisés llamado a ser liberador (capítulo 2—4)

Faraón, Moisés, las diez plagas (sangre, ranas, piojos, pulgas, morriña, úlceras, granizo, langostas, tinieblas, muerte), la Pascua (capítulos 5—12)

Comienza la peregrinación, paso del Mar Rojo (capítulos 13— 14)

Dios provee: Cántico, agua potable, codornices, maná, victoria (sobre Amalec), consejo (de Jetro, suegro de Moisés) (capítulos 15—18)

LEY: DADA EN EL MONTE SINAÍ (capítulos 19—34)

La Ley dada a Moisés, los Diez Mandamientos (capítulos 19— 31)

La Ley quebrantada por el pueblo, el becerro de oro, las tablas rotas (capítulo 32)

La Ley restaurada, las segundas tablas (capítulos 33—34)

Levítico

Autor y fecha

Véase «Pentateuco», al comienzo de este capítulo.

Destinatarios

Los hijos de Israel, Aarón y sus descendientes.

Versículo clave

Levítico 20.26: «Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos».

Propósito y tema

Este libro se escribió primariamente para que el pueblo judío comprendiera claramente qué significa vivir santamente. Bosqueja las leyes que rigen la vida santa, y da instrucciones al sacerdocio. La tribu de Leví estaba dedicada al sacerdocio; de ahí el término «sacerdocio levítico». (El título «Levítico» significa «el libro de los levitas».) Los sacerdotes estaban encargados del culto público y la adoración se relaciona evidentemente con la vida santa. El sacerdocio del Antiguo Testamento tiene la esperanza puesta en el Gran Sumo Sacerdote (Jesucristo) del Nuevo.

Como el propósito del libro era instar al pueblo a vivir santamente y adorar en santidad en presencia del santo Dios, ciertas palabras como «santo», «santificar», «santuario», se emplean más de cien veces. La palabra «santificar» significa al pie de la letra «apartar» para el propósito de Dios.

El sistema de sacrificios con sus ofrendas y oblaciones se menciona docenas de veces. Subraya la expiación, así como la limpieza espiritual; en realidad, expiación y santidad son las ideas clave para comprender este libro. El Levítico deja claro que el modo adecuado de allegarse a Dios es por medio del sacrificio (capítulos 1—7), y este énfasis apunta hacia la derramada sangre de Jesucristo en el Calvario. La santidad del pueblo de Dios se subraya en los capítulos 1—27.

Bosquejo

FORMAS DE ALLEGARSE A DIOS (capítulos 1—10)

Mediante el sacrificio: ofrendas de alimentos y animales (capítulos 1—7)

Mediante agentes: los sacerdotes (capítulos 8—10)

FORMAS DE VIDA SANTA DELANTE DE DIOS (capítulos 11—24)

Respecto a alimentos (capítulo 11)

Respecto a la maternidad (capítulo 12)

Respecto a la lepra (capítulos 13—14)

Respecto a la vida privada (capítulo 15)

Respecto a la adoración y el día de expiación (capítulos 16— 17)

Respecto a relaciones humanas de laicos y sacerdotes (capítulos 18—22)

Respecto a los siete «días» (o períodos) santos: Pascua, panes sin levadura, primeros frutos, ofrenda encendida, trompetas, día de expiación, tabernáculos (véase «Fiestas y días sagrados») (capítulo 23)

Respecto al aceite y los panes de la proposición (capítulo 24)

FORMAS DE EXPRESIÓN ÉTICA: LEYES Y VOTOS (capítulos 25-27)

Años sabático (séptimo) y del jubileo, los pobres, promesas y advertencias (capítulos 25-26)

Votos al Espíritu Santo (capítulo 27)

Números

Autor y fecha

Véase «Pentateuco», al comienzo de este capítulo.

Destinatarios

El pueblo y sacerdotes de Israel.

Versículos clave

Números 1.2-3: «Tomad el censo de toda la congregación de los hijos de Israel por sus familias, por las casas de sus padres, con la cuenta de los nombres, todos los varones por sus cabezas. De veinte años arriba, todos los que pueden salir a la guerra en Israel, los contaréis tú y Aarón por sus ejércitos».

Números 14.19: «Perdona ahora la iniquidad de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí».

Propósito y tema

El propósito de este libro es histórico. Narra los 40 años de peregrinación por el desierto. Registra el censo de unas dos generaciones (el título «Números» —en griego arithmoi— se emplea porque numera las generaciones de los judíos durante la peregrinación por el desierto). El termino «desierto» se emplea unas 45 veces en el libro. Dios disciplinó a su pueblo en los cuarenta años de peregrinación, porque ellos pecaron con su incredulidad y desobediencia. Pero se revelan en forma poderosa el cuidado y guía de Dios. Aunque Israel se rebeló, Dios jamás quebrantó su pacto; fielmente los guió a Canaán, la tierra prometida a los padres de Israel. Israel es infiel; Dios es fiel. Pero en todo esto no se empaña la santidad de Dios. Las normas para purificarse antes de presentarse ante Dios, destacan vívidamente la santidad del Señor. Su castigo a los judíos idólatras (capítulo 25) pone aun más de relieve su justicia y santidad. El Dios santo es el Dios fiel y guiador del pacto.

Bosquejo

EL CENSO EN EL SINAÍ: PREPARACIÓN PARA EL VIAJE (capítulos 1—9)

Organización: recuento del pueblo, las tribus preparadas y ordenadas (capítulos 1—2)

Instrucciones a los levitas, ritos, ofrendas (capítulos 3—8)

Celebración del primer aniversario de la Pascua (capítulo 9)

VIAJE DESDE EL SINAÍ A CADES-BARNEA (capítulos 10 — 12)

Comienza el viaje (capítulo 10)

Murmuraciones, y el castigo de Dios (capítulos 11—12)

ERRANTES POR EL DESIERTO (capítulos 13—20)

Los espías informan negativamente sobre la «Tierra Prometida» (capítulo 13)

Israel rehúsa entrar en la tierra; el castigo de Dios; cuarenta años de experiencia en el desierto (capítulo 14)

Instrucciones para entrar en la «Tierra Prometida» (capítulo 15)

Sucesos clave hasta la muerte de Aarón: rebelión de Coré, florecimiento de la vara de Aarón, instrucciones a los levitas, regreso a Cades-Barnea, pecado de Moisés, muerte de Aarón (capítulos 16—20)

VIAJE DE CADES-BARNEA AL JORDÁN (capítulos 21—36)

Murmuraciones y pecados, pero al final, victoria; la serpiente de bronce. Balaam, inmoralidad (capítulos 21—25)

Nuevo censo, Josué elegido como sucesor de Moisés (capítulos 26—27)

Ofrendas y votos (capítulos 28—30)

Victoria de Israel sobre los medianitas (capítulo 31)

Organización tribal y ubicación geográfica, se recapitula la peregrinación, ciudades de refugio (capítulos 32—36)

Deuteronomio

Autor y fecha

Véase «Pentateuco», al comienzo de este capítulo.

Destinatarios

Los hijos de Israel.

Versículo clave

Deuteronomio 10.12-13: «Ahora, pues, Israel, ¿qué pide Jehová tu Dios de ti, sino que temas a Jehová tu Dios, que andes en todos sus caminos, y que lo ames, y sirvas a Jehová tu Dios con todo tu corazón y toda tu alma; que guardes los mandamientos de Jehová y sus estatutos, que yo te prescribo hoy, para que tengas prosperidad?»

Propósito y tema

El título «Deuteronomio» significa en griego «repetición de la Ley». A la nueva generación que está a punto de entrar en Canaán, se le da la Ley, interpretada y ampliada. Reiteradamente se le previene guardar la Ley y seguir en pos de Dios. Verbos como «guardar», «seguir», «poner por obra» aparecen decenas de veces en Deuteronomio. Moisés subraya lo que ocurre a la gente cuando ésta desobedece a la Ley (tragedia), y el fruto que reciben cuando cumplen la Ley (bendiciones de justicia).

Es un libro muy conmovedor, porque en él se halla el mensaje final de Moisés a los hijos de Israel, poco antes que éstos cruzaran el Jordán para entrar en la Tierra Prometida. Narra los acontecimientos finales de la vida y ministerio de Moisés. En dos grandes partes puede dividirse en forma natural este libro: capítulos 1—30, mensajes finales de Moisés; y capítulos 31—34, últimos sucesos de la vida y ministerio de Moisés.

Bosquejo

MENSAJES FINALES DE MOISÉS (capítulos 1—30)

Mensaje I: Desde Horeb hasta las llanuras de Moab, el viaje visto retrospectivamente (capítulos 1—4)

Mensaje II: Repetición y explicación de los Diez Mandamientos, con la adición de «Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» (6.5) (capítulos 5—26)

Mensaje III: Mensaje (bendiciones y maldiciones, obediencia y desobediencia) para dramatizar: la mitad del pueblo de pie en el monte Ebal, y la otra mitad en el monte Gerizim, hablándose y respondiéndose recíprocamente (capítulos

27—30)

FIN DE LA VIDA DE MOISÉS: SUCESOS FINALES (capítulos 31—34)

Con 120 años de edad, Moisés está listo para morir, y amonesta a Israel, «esfuérzate y anímate» (vv. 6,7,23) (capítulo 31)

Moisés entona su cántico de despedida (capítulo 32)

Moisés bendice a Israel (capítulo 33)

Últimos sucesos en la vida de Moisés, y su muerte (capítulo 34)

Lección 10 – El Canon

La palabra «canon» procede del griego «kanon», que significa «nivel» o «regla» empleados por el constructor o por el escribano.

En sentido figurado el canon puede referirse a la norma o regla de conducta o fe, a una lista o catálogo de lo que puede o no hacerse o creerse. En sentido figurado también llegó a significar una lista de libros de la Biblia. Atanasio, en el siglo IV, fue el primero en usar el término en este sentido.

Los apócrifos

Los apócrifos son los catorce o quince libros, o añadiduras a ciertos libros, que no se encuentran en el canon hebreo, y sí en el canon alejandrino (la Septuaginta). La mayoría de ellos son aceptados por la iglesia católica como parte de la Biblia. Debe insistirse en que no se encuentran en el Antiguo Testamento hebreo, sino que fueron añadidos a la traducción griega conocida como Septuaginta (LXX). El canon alejandrino fue siempre más o menos variable en cuanto a los libros que incluía, mientras el canon hebreo es más fijo y estable. La Septuaginta nos da la única fuente de que disponemos en cuanto al canon alejandrino. El orden general de los libros de la Septuaginta, que nos llega a través de la Biblia latina (Vulgata) de Jerónimo, ha sido aceptado por los protestantes. (De la LXX y de la Vulgata también provienen muchos de los títulos de los libros bíblicos que conocemos.) Se han empleado el texto y la selección hebreas, pero ni el texto ni la selección de libros per se de la Septuaginta se han retenido. (Respecto a la «Septuaginta», véase el capítulo sobre «Manuscritos y versiones antiguas».) Esto no quiere decir que el canon alejandrino carezca de valor, sino que era menos estable que el hebreo. En vista de esto, Lutero relegó los apócrifos a una sección separada en su Biblia; decía que eran «buenos y útiles para leer», pero no como base para la doctrina. Calvino excluyó por completo los apócrifos. La Iglesia de Inglaterra sigue el ejemplo de Lutero; en el sexto de los Treinta y Nueve Artículos, se insta a leer los apócrifos «en cuanto a ejemplo de vida e instrucción de modales, pero sin aplicarlos a fundar ninguna doctrina». La Sociedad Bíblica de las Islas Británicas no puede incluir los apócrifos en sus ediciones de la Biblia; lo impiden los estatutos de la entidad. Pero los apócrifos están incluidos en algunas versiones protestantes en inglés. Los editores de esas versiones a menudo han impreso los apócrifos en volúmenes separados de los sesenta y seis libros, siguiendo así la opinión general de Lutero y el anglicanismo. Es interesante notar que entre los Rollos del Mar Muerto se han encontrado pruebas de que algunos de los libros apócrifos existían en hebreo (por ejemplo, porciones del Eclesiástico).

La Reforma mantuvo el principio de que la Biblia, y solamente ella es el medio de información, doctrina y ética. Los reformadores, según queda indicado, rechazaron los apócrifos como parte de la Biblia. ¿Por qué? Porque contienen doctrinas falsas como la justificación del suicidio, la oración por los muertos, la limosna como medio de expiar el pecado, que el fin justifica los medios, supersticiones y magia. Además, ni uno solo de los escritores del Nuevo Testamento cita porción alguna de los apócrifos, hecho que constituye un vigoroso argumento en pro de la tesis protestante.

Cuando la iglesia romana convocó al Concilio de Trento (1546) para combatir la Reforma, uno de sus importantes actos fue reconocer formalmente los apócrifos. Nunca se les había otorgado reconocimiento oficial; al contrario, desde los días de Jerónimo en el siglo IV se habían expresado dudas sobre los mismos. Jerónimo acudió a los textos hebreo, griego y latino antiguo para producir una traducción más al día; y él, igual que Lutero, relegó los apócrifos a sitio aparte. Además, la premura con que tradujo los libros dudosos indica la poca significación que les otorgaba. Desdichadamente, Jerónimo tenía poca autoridad eclesiástica. Aunque era un gran erudito bíblico y lingüístico, los teólogos, como Agustín en África, tenían más poder eclesiástico, y en la parte del mundo de Agustín el contenido de la Biblia griega obtuvo apoyo general. De modo que el códice alejandrino salió triunfante e imperó hasta la Reforma. La iglesia romana continúa apoyando los apócrifos como parte de la Palabra de Dios, si bien hay eruditos católicos que actualmente tienden a describir los libros apócrifos como «deuterocanónicos» (secundarios).

Los pseudoepígrafos y los llamados apócrifos del Nuevo Testamento

Los pseudoepígrafos (falsas escrituras) son libros antiguos que datan de los últimos siglos antes de Cristo y los primeros de nuestra era. Para ganar prestigio, y no porque fueran de verdad sus autores, se les dio el nombre de grandes personajes judíos (Enoc, Moisés, Isaías). De allí que se les llame falsos (pseudo). Ni los protestantes ni los católicos romanos los han considerado nunca parte de la Biblia. La mayoría de estos libros se escribieron antes del tiempo de Cristo y son de naturaleza apocalíptica. Presentan un cuadro feliz del futuro de los judíos. Los pseudoepígrafos precristianos incluyen los siguientes:

Libro de Enoc (mencionado en Judas)

Secretos de Enoc (citado en Judas)

Ascensión de Isaías

Apocalipsis de Sofonías

Apocalipsis de Esdras

Testamento de Adán

Apocalipsis de Baruc

Asunción de Moisés (Patriarcas)

Testamento de los Doce

De los libros posteriores a Cristo, varios circulaban en medios religiosos. Pretendían tener valor histórico, diciendo dar datos no sobre la Escritura misma, sino sobre los discípulos, María la madre de nuestro Señor, la niñez de Jesús, su resurrección, etc. En su mayoría las historias son legendarias e imaginarias, pero hay trazas de información aquí y allí que se consideran auténticas. He aquí algunos de los apócrifos del Nuevo Testamento:

Evangelio de Santiago

Evangelio de Pablo

Evangelio de Pedro

Hechos de Juan

Evangelio según los Hebreos

Historia de José

Evangelio del Nacimiento de María

Evangelio de Nicodemo (o Hechos de Pilato)

Hechos de Pedro

Hechos de Andrés

Hechos de Tomás

Apocalipsis de Pedro

Apocalipsis de Pablo

Epístolas de los Apóstoles

Es interesante observar que los libros apócrifos neotestamentarios o pseudoepígrafos pueden clasificarse en las mismas categorías que nuestro Nuevo Testamento auténtico: Evangelios, Hechos, Epístolas, Apocalipsis. Fascinantes trazas de «información» se dan en estos libros. Ejemplo:

  1. Jesús nació en una cueva (Evangelio de Santiago). (Estoprobablemente sea cierto. El sitio tradicional de su nacimiento es una cueva encima de la cual está edificada la iglesia de la Natividad, en Belén, una de las más antiguas iglesias del mundo.)
  2. Pablo era un hombre pequeñito, ligeramente calvo, con laspiernas arqueadas, cejijunto y de nariz un tanto aguileña (Hechos de Pablo). También esto está bastante apoyado por la tradición.
  3. El hombre de la mano seca de Mateo 12.13 era albañil.
  4. Los hermanos de Jesús eran hijos de José, tenidos con otraesposa.
  5. El soldado que hirió al crucificado se llamaba Longino.
  6. La mujer del flujo de sangre se llamaba Verónica.

Datos adicionales sobre los pseudoepígrafos pueden verse en la gran edición de R. H. Charles y M. R. James, Apocryphal New Testament.

Fijación del canon

Los libros sagrados como los que hemos discutido circularon durante un período junto con los libros de la Biblia; pero con el tiempo, los mejores fueron seleccionados bajo la orientación del Espíritu Santo. Aunque sobre el canon hebreo no hubo resolución oficial hasta el Concilio de Jamnia, allí por el año 90 D.C., en la práctica ya había sido fijado antes de Cristo. Los cristianos tomaron el Antiguo Testamento como parte de la Biblia. El canon del Nuevo Testamento se fijó en su parte principal como a fines del siglo II D.C. Pero aún después de esto hubo incertidumbre durante largo tiempo respecto a los últimos cinco o seis libros del Nuevo Testamento. La primera lista de nuestros veintisiete libros, tal como hoy la conocemos, fue formulada por Atanasio en 367 D.C. en su epístola de Pascua de Resurrección.

Debo agregar algo más: no todos los cánones cristianos que hay por el mundo son iguales. El canon católico romano (igual que el católico griego) ya se ha citado. La iglesia etíope incluye los libros de Enoc (citado en Judas) y Jubileos. Algunos cristianos de la iglesia siriaca excluyen 2 Pedro, 2 y 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

División en capítulos (1250 D.C.)

No fue sino hasta 1250 D.C. que se dividió la Biblia en capítulos. Por entonces el cardenal Hugo incorporó divisiones por capítulos en la Biblia latina. Lo hizo por comodidad, aunque sus divisiones no siempre fueron acertadas; sin embargo, esencialmente las mismas divisiones por capítulos han persistido hasta el presente.

División en versículos (1551)

Los antiguos hebreos ya habían intentado la división por versículos, pero la división que hoy tenemos se hizo trescientos años después de la división por capítulos realizada por el cardenal Hugo. En 1551, Roberto Stephens (Robert Etienne) introdujo un Nuevo Testamento griego con la inclusión de divisiones por versículos. El Antiguo Testamento quedó sin dividir. La primera Biblia completa en inglés con división en versículos fue la Biblia de Ginebra (1560). La división en capítulos y versículos en inglés y en español no siempre es exacta, según puede verse por ejemplo en Hechos 7, que al final interrumpe la historia para comenzar el capítulo 8. Esto se ha subsanado en parte en la Revisión de 1960 de la versión Reina-Valera, al subdividir el contenido con subtítulos que indican los temas, de modo que en el capítulo 8 mencionado hay un subtítulo al comienzo del versículo 4 para indicar un nuevo tema.

Números de capítulos, versículos y palabras

El siguiente cuadro indica el número de capítulos y versículos de los libros de la Biblia, Revisión e 1960, Reina-Valera.


Lección 9 – Primeros hechos respecto a la Biblia

Qué significa «Biblia»

La palabra «Biblia» procede del griego «biblia» (libros). El singular es «biblíon»; «biblos» es una forma de biblíon, y significa simplemente cualquier clase de documento escrito. Originalmente biblos significaba un documento escrito en papiro, una clase de papel fabricado con una planta egipcia (véase «Plantas» y el capítulo sobre «Manuscritos y versiones antiguos»). Al antiguo puerto fenicio de Gebal (cerca del moderno Jebeil, unos 40 kilómetros al norte de Beirut) los griegos le cambiaron el nombre por Biblos (Biblus) porque era una ciudad famosa por la fabricación de papiros para escribir. Además, los habitantes de Biblos se hallan entre los primeros que iniciaron la evolución de la escritura e inventaron uno de los primeros alfabetos. Era por tanto natural que los griegos llamaran al lugar «Biblos» y siglos más tarde, al inventarse el códice (un libro con páginas dobladas en forma de acordeón), persistió el término y llegó a significar «libro». Nuestra palabra «Biblia» significa simplemente un «libro».

«Escritura»

«Escritura», «Escrituras» o «Sagradas Escrituras» son términos que los escritores del Nuevo Testamento emplean para referirse al Antiguo Testamento o a cualquier parte del mismo.

Por «Escrituras», querían decir «Escrituras Divinas». Pablo habla de «Sagradas Escrituras» en 2 Timoteo 3.15 y en el versículo 16 emplea el término «la Escritura». La expresión «las Escrituras» se emplea en Mateo 21.42; Lucas 24.32; Juan 5.39; Hechos 18.24.

La expresión singular «la Escritura» usualmente se refiere a un determinado pasaje del Antiguo Testamento más que al Antiguo Testamento en su conjunto (Marcos 12.10; Lucas 4.21; Santiago 2.8). En 2 Pedro 3.16 se llama «Escrituras» a las epístolas de Pablo y probablemente a los evangelios; de modo que tenemos precedentes de peso para emplear tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento en nuestras Escrituras cristianas. Pero no todos los cristianos tienen el mismo contenido en sus Escrituras. (Véase «El canon» en otra parte de este capítulo).

«Testamento»

En lenguaje corriente «testamento» es la última voluntad de una persona, en la que ésta dispone de sus bienes para el momento de su muerte. Pero no es ese el sentido que tiene en la Biblia, en la cual significa «pacto» o convenio. Sería más apropiado hablar de Antiguo Pacto y Nuevo Pacto, pero la tradición (a partir de Tertuliano) desde hace mucho ha establecido el empleo de la palabra «Testamento».

La idea de un «pacto» se remonta a Moisés en el Sinaí (Éxodo 24.3-8), y aun antes de Moisés, a Abraham (hasta hay más antiguos indicios del Pacto, Génesis 6.18, por ejemplo) cuando Dios hizo una promesa a su pueblo elegido. Al hacer aquella promesa o pacto, Dios se colocó en una especial relación con su pueblo: en una relación salvadora o redentora. El Antiguo Testamento narra la historia de cómo aquella especial relación ha funcionado en la historia. Pero los judíos preveían y esperaban un Nuevo Pacto, y en él ponían su esperanza; Jeremías (31.31-34) predijo aquel Nuevo Pacto (véanse las palabras de Jesús en Mateo 26.28). Que el Nuevo Pacto en realidad se produjo, lo demuestra el propio Jesús al decir: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre» (1 Corintios 11.25). No es sorprendente que Pablo mencione el Antiguo Pacto (2 Corintios 3.14) y el Nuevo (2 Corintios 3.6). Y el autor de la Epístola a los Hebreos hace de la distinción entre los Pactos, uno de sus grandes temas (Hebreos 8.13, etcétera).Antiguo Testamento: Divisiones

Hay tres divisiones en el Antiguo Testamento hebreo: Ley, Profetas y Escrituras. Esta división triple se refleja en pasajes del Nuevo Testamento como Mateo 5.17, Lucas 16.29 y Lucas 24.44.

Tradicionalmente la Biblia hebrea contenía solamente veinticuatro libros distribuidos así:

Estos veinticuatro libros de la Biblia hebrea corresponden a los treinta y nueve de nuestro Antiguo Testamento. El número se altera principalmente al dividir los profetas menores en doce libros separados y al dividir (en dos cada uno) Samuel, Reyes y Crónicas. Esdras-Nehemías también se separan en dos libros. En la Biblia griega (Septuaginta), el Antiguo Testamento tiene una división diferente, determinada por similitud de temas. Así:

Este es el orden que generalmente siguen la Bilia latina y nuestras Biblias Evangélicas. (Véase «Canón» en otra parte de este capítulo.) Por cierto, este orden es más cronológico que el de la Biblia hebrea (por ejemplo, Rut viene después de Jueces).

Nuevo Testamento: Divisiones

El tamaño del Nuevo Testamento es sólo un tercio del Antiguo. Su división general es como sigue:

EVANGELIOS   HISTORIA        EPÍSTOLAS     APOCALIPSIS

Este bosquejo no corresponde al orden en que se escribieron los libros; de haber sido así, las epístolas aparecerían primero (Santiago o Gálatas), y Marcos sería el primer evangelio. Segunda de Pedro sería el último libro en vez de Apocalipsis. Se ordenaron según un principio diferente, no según la fecha de escritura. Los evangelios están primeros porque nos presentan al Fundador de nuestra religión; Él es el comienzo del relato. Mateo es el primer evangelio porque es el más judío y muestra cómo en Jesús se cumplió el Antiguo Testamento; de modo que Mateo constituye un puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Hechos viene después de los evangelios porque continúa la historia hasta treinta años después de la muerte y resurrección de Jesús. Las Epístolas de Pablo están ordenadas en general según su extensión, la más larga, primero, la más breve, última. (Una ampliación sobre el ordenamiento de las cartas de Pablo puede verse en el capítulo «El Nuevo Testamento libro por libro».) El Apocalipsis concluye el Nuevo Pacto porque lanza la nota de esperanza y consumación de Pablo están ordenadas en general según su extensión, la más larga, primero, la más breve, última. (Una ampliación sobre el ordenamiento de las cartas de Pablo puede verse en el capítulo «El Nuevo Testamento libro por libro».) El Apocalipsis concluye el Nuevo Pacto porque lanza la nota de esperanza y consumación en el Día Final. Hebreos y las epístolas católicas (universales) amplían y fortalecen la doctrina del Nuevo Testamento, y fueron añadidas también por aplicaciones prácticas de la doctrina. El todo en cnjunto tiene este aspecto:

Antiguo y Nuevo Testamentos juntos

Es significativo que desde muy al principio de la historia cristiana los veintisiete libros del Nuevo Testamento aparezcan unidos a las Escrituras hebreas. Esto suministró más ricos y amplios recursos para la adoración y para la defensa del Evangelio cristiano. Además, el Antiguo Testamento era reconocido como preparación para el Nuevo (Hebreos 1.1-2). Es por ello que la Biblia de los apóstoles, así como la de su círculo de predicadores del Evangelio y demás colaboradores, era en realidad el Antiguo Testamento, al que llamaban «las Escrituras». El Antiguo Testamento contenía el camino de la salvación la venida del Mesías (obsérvense las palabras de Pablo en Romanos 3.21 y 2 Timoteo 3.15). Y, lo que es más importante, el propio Cristo empleó el Antiguo Testamento; y en virtud de su autorizado ejemplo, el círculo apostólico también lo empleó.

Escuchemos lo que en sus Laws of Ecclesiastical Polity dice Richard Hooker:

El fin general del Antiguo y el Nuevo (Testamento) es uno, y la diferencia entre ambos se reduce a esto: El Antiguo Testamento daba sabiduría enseñando la salvación mediante el Cristo que había de venir; el Nuevo, enseñando que Cristo el Salvador vino.

De modo que el Nuevo es el cumplimiento del Antiguo. El Antiguo es lo que Dios hizo en el pasado; el Nuevo, lo que Él dramatiza en un Hijo.

El Nuevo en el Antiguo ya se implica; El Antiguo en el Nuevo bien se explica. El Nuevo en el Antiguo es verdad rara; El Antiguo en el Nuevo ya se aclara.

Idioma de los Testamentos

El Antiguo Testamento se escribió originalmente en hebreo, pues era el idioma en que se expresaba literariamente el pueblo hebreo, la nación llamada Israel. Hay que saber, sin embargo, que Daniel 2.4b -7.21 y Esdras 4.8-6: 18; 7.12-26 y Jeremías 10.11 están escritos en arameo, idioma emparentado con el hebreo y parte de la familia de lenguas semíticas (árabe, asirio, babilonio, cananeo).El Nuevo Testamento se escribió en griego, aunque parte del mismo primeramente fue hablado en arameo, idioma cotidiano de Jesús y sus discípulos.

Épocas que abarcan

Las Escrituras hebreas; se produjeron durante un período que abarca más de mil años, pero el Nuevo Testamento se escribió durante el primer siglo D.C., durante la segunda mitad del siglo. La historia del Antiguo Testamento se remonta hasta los albores de la humanidad y la historia divina. La arqueología ha demostrado la validez de la historia del Antiguo Testamento en un grado que hace apenas una o dos generaciones no se esperaba; y la civilización antigua de los hebreos y la del cercano oriente pueden estudiarse juntas, ya que las dos se desarrollaron por la misma época. En cuanto al Nuevo Testamento, las primeras epístolas de Pablo, añadiéndoles quizá Judas, se escribieron en un lapso de diez o doce años (del 48 D.C. al 60 D.C.); los cuatro evangelios y la mayoría de los demás libros del Nuevo Testamento se terminaron entre 60 y 100 D.C.

Variedad

La Biblia es el producto de una notable variedad. Los aspectos sociales, económicos, políticos y religiosos de la vida se hallan en ella presentes. Varían su geografía y su gente. El rico y el pobre, el libre y el siervo, el hombre urbano y el campesino, el culto y el ignorante, desfilan por las páginas de los Testamentos. Desiertos y ciudades, montañas y valles, ríos y mares son partes también del escenario bíblico. Así como hay variedad de ambientes en la Biblia, hay también en ella variedad de expresiones literarias. La mayoría escribió en prosa, pero algunos en poesías, y otros en prosa y en verso. Dentro de esta doble división de prosa y verso hay formas literarias como historia, leyes, parábolas, adivinanzas, biografía,sermones, proverbios e historias de amor. La historia de la redención se narra de suficientes maneras para apelar a los diversos temperamentos, antecedentes y personalidades de cada generación en toda parte del mundo.

Samuel Chadwick dijo cierta vez, «La Biblia es un milagro de variedad. En ella encontramos toda clase de literatura, toda forma de humanidad, toda variedad de temperamentos, toda necesidad humana, toda dote de sabiduría y gracia». «Es apta», decía, «para toda circunstancia y toda necesidad del hombre».

El tiempo

El tiempo, la historia o lo que podríamos llamar trasfondo histórico debe comprenderse para interpretar correctamente la Biblia. Entre los pueblos antiguos, los hebreos eran los que tenían el más agudo sentido de la historia; y lo eran porque Dios se reveló en sus actos y palabras por medio de la historia. No debe conocerse únicamente la historia de sus actos salvadores, sino también el ambiente en que dichos actos salvadores ocurrieron. Los acontecimientos de la Biblia tuvieron por centro el área geográfica que se extiende desde Egipto hacia el norte por Palestina, Babilonia y Asiria, hasta el Asia Menor y finalmente Europa. Puesto que los acontecimientos de la Biblia ocurrieron en un período de varios millares de años, han de observarse cuidadosamente los movimientos históricos de este gran período.

Si no se reconocen estos movimientos y cambios, el intérprete se encuentra en la torpe posición de evaluar los moldes de conducta del primitivo canaaneo por las elevadas norrnas morales de Jesús. Razonando de igual modo, es absolutamente esencial que en nuestro día tomemos de la Biblia las enseñanzas, de ejemplo o de palabra, que tienen aplicación para nosotros, en nuestra circunstancia moderna.

El lugar

Si el factor tiempo tiene que ver con el trasfondo histórico, el factor lugar tiene que ver con el trasfondo geográfico. Es un hecho reconocido que la posición climática y geográfica influyen en la cultura de un pueblo. En Egipto, donde hace mucho calor y rara vez llueve, la gente es lenta y necesita dormir mucho. Generalmente en climas frescos, por el contrario, la gente tiene movimientos más rápidos y es más progresiva en cuanto a eliminar la suciedad y la enfermedad. Algunas de las leyes del Pentateuco tienen definida relación con las cálidas condiciones climáticas del Cercano y Medio Oriente. Por ejemplo, la prohibición de comer cerdo era buena, porque dicha carne se descomponía rápidamente sin refrigeración. A la luz de este hecho sería injusto interpretar los actos de los antiguos hebreos como ignorancia simplemente porque podemos hoy día conservar y comer esta carne.

La situación

¿Cuáles eran las verdaderas condiciones de vida de los antiguos hebreos, o de los más recientes judíos en tiempos del Nuevo Testamento? Para comprender a estos pueblos antiguos en su vida cotidiana y ponernos en su lugar es esencial que observemos minuciosamente sus costumbres y modo de vivir. Es un hecho nuestra tendencia a formarnos imágenes; por lo tanto, nos formamos un cuadro más exacto de la Biblia si visitamos, por así decirlo, los pueblos bíblicos. Afortunadamente esto es posible mediante la abundancia de datos disponibles sobre vestido, relaciones y costumbres bíblicos. Además, los diccionarios bíblicos y libros similares de consulta suministran ilustraciones gráficas mediante cuadros y la palabra escrita. Actualmente los eruditos obtienen muchos de sus datos del trabajo de los arqueólogos que están excavando los restos de las civilizaciones de tiempos bíblicos.

Ver la Biblia como un todo

G. Campbell Morgan, al enunciar el principio contextual de interpretación bíblica, insistía en que era absolutamente necesario considerar cada libro de la Biblia y hasta cada capítulo y pasaje, a la luz de la Biblia entera. A veces se expresa de este modo: El mejor intérprete de la Biblia es la Biblia misma. He aquí un ejemplo exagerado: La Biblia dice, «No hay Dios» (Salmo 14.1). Así dice al pie de la letra. Pero proclamar que la Biblia enseña el ateísmo sería de lo más irresponsable y falto de honradez.

Tenemos que leer la afirmación, «No hay Dios», en su contexto completo, y entonces leemos: «Dice el necio en su corazón: No hay Dios». Pero en la interpretación de este texto hay que ir más allá del contexto inmediato. Hay que considerar el resto de la Biblia. La Biblia comienza con Dios (Génesis 1.1) y termina con Dios (Apocalipsis 22.21), y entre uno y otro extremos casi cada línea palpita con la enseñanza de que hay un Dios viviente.

La interpretación bíblica y el Espíritu Santo

El gran Iluminador es el Espíritu Santo. Es él —según nos lo dicen la Escritura (Juan 14.26), la historia y la experiencia— el que nos interpreta la Biblia. Tenemos que emplear el principio contextual en todos los aspectos que detallamos anteriormente, pues el Espíritu Santo se vale de esos «medios» naturales para hacernos conocer la Biblia, y hasta nos la da a conocer en una dimensión más profunda aún. Es probable que el conocimiento de la geografía, la historia o la arqueología no hagan comprender y mucho menos experimentar el Nuevo Nacimiento, por ejemplo. Se requiere el poder convincente e iluminador del Espíritu de Dios para poner al desnudo la realidad de nuestro pecado e indignidad, y mostrarnos la anonadante verdad de que hay un Dios ansioso por atraer hacia sí al pecador. Las grandes verdades espirituales de la Escritura las revela el Espíritu Santo mismo.

Escuelas de interpretación

Para que el intérprete logre ver cada porción de la Escritura en relación con el conjunto, tiene que haber un principio orientador. Dicha regla ha variado de época a época, de grupo a grupo y de persona a persona. A continuación, bosquejamos algunos principios orientadores y escuelas de interpretación.

  • Escuela alegórica

El principio alegórico se empleó en tiempos antiguos, y hoy día algunos se valen de él en una u otra forma. Alejandría, en Egipto, fue el centro de esta escuela de interpretación usada por hombres como Filón, Clemente y Orígenes. La alegoría consiste en describir una cosa representándola con otra. Se creía que esta espiritualización del contenido bíblico hacía que uno penetrara en la mente misma del Espíritu Santo; y que, además, así se cubrían las supuestas dificultades éticas del Antiguo Testamento (por ejemplo, la orden divina de matar a los madianitas). La verdad es que la alegoría no hacía ni una cosa ni otra. En la Edad Media, así como hoy día lo hacen algunos, ciertas doctrinas se «sacaban» de narraciones sencillas, o se introducían en las mismas. La alegoría es espuria precisamente porque no logra revelar la verdad que da fe de sí misma, sino que mediante su sutil y «piadosa» máscara hace que se sospeche de quien la emplea, si no de la Escritura misma.

  • Escuela legalista

Esta escuela realmente tuvo seguidores desde muchísimo antes del día actual. Pablo luchó con los legalistas (Hechos 15 y la Epístola a los Gálatas) que insistían en guardar ciertos aspectos de la ley judaica a pesar del nuevo clima gentil y de la cambiada actitud en la vida cristiana. En la Edad Media surgió una escuela de «moralistas» que de ciertos pasajes bíblicos procuraban deducir los sistemas morales que les agradaban. Igual actitud persiste hoy día en ciertos círculos, que dan por propósito principal a la interpretación bíblica «descubrir otro argumento» para apoyar determinado punto de vista sobre conducta, menospreciando casi por completo el aspecto doctrinal o teológico de la Escritura. Lo contrario también puede ocurrir, en cuyo caso se interpretan las Escrituras para satisfacer la propia tesis doctrinal, desentendiéndose casi por completo de la práctica y la ética. A menudo esta actitud legalista de interpretación va de la mano de cierto manejo de la letra escritural, mediante el cual un «texto-demostración» se emplea para probar una tesis sobre determinado tema. Suelen valerse de este truco las sectas seudocristianas.

  • Escuela reformada

Los reformadores protestantes del siglo XVI conciliaron dos formas de enfoque a la interpretación bíblica: el sentido recto o «evidente» de la Escritura, y la exégesis histórico-gramatical. Alegaban que cualquier cosa parecida a la interpretación alegórica era un intento de ocultar el sentido intencional de la Escritura, y en tal caso era espurio. Los reformadores tronaron contra esto y contra cualesquiera otros métodos que impidieran a las Escrituras «hablar por sí mismas». En cuanto a gramática, el argumento es que el simple análisis gramatical ayuda a comprender el significado llano de oraciones sencillas y aun de algunas no tan sencillas. Lo «histórico» se refiere a lo que las Escrituras significaban en su contexto histórico. Los reformadores también usaban la abundancia de comentarios que el pasado nos ha legado. Se preguntaban, «¿Qué han expresado los grandes intelectos del pasado respecto a la Biblia?» Los reformadores se interesaban especialmente en lo dicho por los Padres de la Iglesia (Agustín, Jerónimo, etc.). «Exégesis» significa extraer de la Escritura lo que realmente contiene; el término contrario es «eiségesis», hacer decir al texto lo que a uno le agradaría que dijera. No siempre lograron los reformadores evitar la «eiségesis», pues cada uno da a la Biblia el matiz de su propio modo de ver y del ambiente que lo rodea; pero puede asegurarse con certidumbre que hicieron más que la mayoría de las personas hasta aquellos días por dejar que la Biblia hablara por sí misma.

  • Escuela tipológica

Esta escuela de interpretación también es antigua y actual al mismo tiempo. Los tipologistas, por ejemplo, ven un «tipo» o símbolo de Cristo en José, en el Antiguo Testamento, en el intento de sacrificar a Isaac, en Moisés y Josué como libertadores. Tienen cierta razón; pero José, Isaac, Moisés y otros han de tomarse como ilustraciones y sugerencias, y de ningún modo tomarlos al pie de la letra como «tipos» de Cristo. La persona de Cristo no es lo único de que se ocupan los tipologistas, pero el ejemplo anterior ilustra su método.

Cristo mismo, principio orientador

Algunas escuelas de interpretación son más dignas de alabar que otras. La escuela alegórica tiene un barrunto de verdad; los reformadores tuvieron tanto éxito en lo que iniciaron, que la mayoría de los eruditos actuales, por lo menos los protestantes, siguen adelante con su método y lo amplían. Lo bueno de la escuela legalista es su apego a la verdad; los tipologistas tienen razón en cuanto a que en verdad hay en el Antiguo Testamento prefiguraciones de Cristo y su obra. Pero a fin de cuentas lo que tenemos que hacer es enfrentarnos al Verbo definitivo, el Cristo, mediante el cual Dios habló y continúa hablando. Este mismo Hijo de Dios, este Jesús de Nazaret, este Cristo, el Mesías, tiene que ser el centro de nuestra interpretación de las Escrituras.

¿Qué significa esto? Primero, significa que debemos observar cómo manejaba el propio Cristo las Escrituras. ¿Cómo empleaba el Antiguo Testamento? Para Él, el Antiguo Testamento predecía su advenimiento. En lo relativo a doctrina, no debemos lanzarnos adelante con el ímpetu de la carne a formular nuestra propia teología; debemos preguntar qué creía Jesús, y dejar que Él sea el Gran Árbitro respecto a nuestra tesis. En cuanto a ética, la vida y ejemplo de Jesús constituyen el perfecto cuadro para la conducta humana.

Desde luego, no es tan sencillo como suena; en la mente de los hombres existen cuadros contradictorios respecto a Cristo, pero en este punto tenemos a nuestra disposición el Espíritu de Dios para que nos lleve a más verdaderos y profundos significados, y nos ayude a separar lo real de lo falso en cada caso individual. Si pudiera expresarse mediante un diagrama este método de interpretación, pondríamos a Cristo en el centro del círculo. Los rayos de la rueda convergen en Él, corte suprema de apelaciones, y la circunferencia de la rueda sería el Espíritu Santo que da equilibrio al todo.

Lección 8 – La perspicuidad de las Escrituras

Si tuviéramos la oportunidad de sacudir la Palabra y descubrir todo lo que tiene, encontraríamos una serie de tesoros invaluables.

Podemos hablar de la ley, la gracia, las figuras poéticas, y la historia de la cruz, todo contado en diferentes idiomas, demostrando diversas formas de expresar la realidad de Dios. Es tanta la riqueza de la Biblia que es importante establecer una serie de principios y reglas que nos ayuden a interpretarla correctamente.

Entendiendo la perspicuidad de la Biblia

Uno de los principios más importantes para interpretar la Biblia es la perspicuidad de las Escrituras. La palabra perspicuidad significa “claro, transparente, claramente expuesto, fácil de entender”. Aunque no es una palabra común (y no perdemos la ironía de que nos referimos a la claridad de la Biblia con una palabra inusual), usted pudiera utilizarla con una persona que habla con claridad y decirle: “Qué perspicuo eres”. Claro, probablemente lo mirarán extraño.

La perspicuidad de las Escrituras se refiere al mensaje esencial de ella que ha sido expuesto claramente y se evidencia a sí mismo con una lectura sencilla de la Palabra. Lo esencial del evangelio siempre está expuesto con claridad para que pueda ser entendido por cualquier persona que lea la Biblia.

Quizá el pasaje más perspicuo de la Palabra es Juan 3:16, “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para que todo aquél que cree en Él, no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Alguien podrá estar de acuerdo o en desacuerdo con el texto, podrá decir que es verdad o mentira, pero jamás podrá negar que es claro. Es cierto, al ahondar más en su significado entramos en un océano de verdades espirituales, pero esto no quita el hecho de que el texto ya posee claridad.

La perspicuidad y las interpretaciones de la Biblia

Tal vez puedas decirme: “Entre tanta variedad de interpretaciones, además de una multitud de denominaciones, ¿cómo se mantiene entonces la perspicuidad de la Biblia?”.

Ante esa interrogante podemos afirmar que la dificultad doctrinal de ciertos textos y sus variadas interpretaciones no niegan la veracidad de la perspicuidad. En otras palabras, el hecho de que haya dificultad doctrinal en muchos pasajes, y que haya una variedad de interpretaciones para estos, no significa que el principio de perspicuidad se quebrante.

La multiplicidad de interpretaciones y divisiones eclesiásticas suelen ser, en la mayoría de los casos, producto de diferencias en asuntos secundarios al propósito central de las Escrituras. Por ejemplo, hay diversidad en la forma de adoración en la iglesia, o la forma de gobierno en la iglesia. Pero hay una realidad imposible de negar; en la esencia del significado de la salvación, una enorme mayoría de Iglesias protestantes se unen bajo esta misma verdad: la evidencia clarísima de que la salvación solo se obtiene en Cristo Jesús.

No hay otro mediador entre Dios y los hombres, más que Jesucristo hombre. Jesucristo afirmó que Él era el camino, la verdad, y la vida. Nadie viene al Padre sino por Él. Él es el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Estas afirmaciones en la Palabra de Dios son claras. No hay forma de desarticular estas verdades espirituales evidentes en las Escrituras. Por tanto, estamos llamados a afirmar esa claridad meridiana que tiene la Palabra.

Es cierto que el apóstol Pedro habló de la dificultad para entender algunas cosas en la Biblia. Él dijo lo siguiente respecto a los escritos de Pablo: “Asimismo en todas sus cartas habla en ellas de esto; en las cuales hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen, como también tuercen el resto de las Escrituras, para su propia perdición” (2 Pe. 3:16). Sin embargo, allí Pedro nos dice que si bien algunos textos de la Biblia son difíciles, el error es nuestro y no producto de esos textos. Más bien, el apóstol se refiere a la ignorancia e inestabilidad del intérprete. Un intérprete que no ha buscado conocer al Señor profundamente –un intérprete inestable en su búsqueda de Dios– torcerá las Escrituras. De nuevo, esto no contradice el hecho de que la Biblia es perspicua en su mensaje central.

El evangelio es claro para todos nosotros

La perspicuidad de las Escrituras debe producir un esfuerzo creciente en nosotros por no dejarnos llevar por un falso academicismo que complica nuestro entendimiento escritural, volviéndolo elitista y meramente intelectual.

Somos llamados a leer la Biblia con total humildad y temor ante Dios. Pero no debemos tratar de elevarla a un nivel universitario donde solamente algunos con una “inteligencia superior” puedan entenderla. El Señor ha dejado la Biblia para todos nosotros, desde el más humilde hasta el más intelectual. Él ha dejado su Palabra para que nos acerquemos a ella en comunidad y podamos interpretarla juntos.

Aunque hay otras afirmaciones que no son igual de sencillas que el evangelio, todas ellas deben quedar por debajo de la verdad central de la redención del hombre en Jesucristo. Toda la Biblia apunta a Jesucristo y a su salvación. Por tanto, cualquier texto difícil debe estar bajo la sombra de la cruz y la redención que es en Cristo Jesús. El apóstol Pablo lo dice así en 1 Corintios 2:1-5,

“Por eso, cuando fui a ustedes, hermanos, proclamándoles el testimonio de Dios, no fui con superioridad de palabra o de sabiduría. Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado. Estuve entre ustedes con debilidad y con temor y mucho temblor, y mi mensaje y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que la fe de ustedes no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

¿En dónde radicaba el poder de Dios? ¿Dónde radicaba la sabiduría de Pablo? El apóstol reduce todo su conocimiento y dice: “Porque nada me propuse saber entre ustedes excepto a Jesucristo, y Este crucificado” (1 Co. 2:2). Este es el mensaje central al cual nos acercamos, reconociendo que el Señor está de parte nuestra. ¡Gloria a Dios por la perspicuidad de su Palabra!


Este es un fragmento de la clase de Hermenéutica del Instituto Integridad y Sabiduría adaptado por José Mendoza en 2017 para Coalición por el Evangelio (https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/no-impongas-pensar-la-biblia/). Para conocer más, visita su página web https://integridadysabiduria.org/instituto/ .

Lección 7 – Confirmación de la autoridad de los apóstoles

(CCB1)

Esta singularidad de los apóstoles se confirma de dos maneras. Primero, ellos mismos la conocían, y en consecuencia exhiben en el Nuevo Testamento su autoridad apostólica consciente (como hemos visto). Esto se aprecia superlativamente en Pablo y en Juan. Pablo no sólo defiende su autoridad como apóstol; la revalida. Escuchemos las instrucciones dogmáticas que da a la iglesia de Tesalónica:

Y tenemos confianza respecto a vosotros en el Señor, en que hacéis y haréis lo que os hemos mandado … Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo … Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto … A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo … Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ese señaladlo …

 2 Tesalonicenes 3:4, 6, 10, 12, 14

¿Qué significa este plural, nosotros? Es el plural de autoridad apostólica. ¿Y quién es el que presume emitir estos mandatos autoritarios y exigir obediencia? Es un apóstol de Cristo, que habla en su nombre y que sostiene que Cristo está hablando por su intermedio (2 Corintios 13:3). Como resultado, cuando Pablo visitó Galacia por primera vez, aunque estaba desfigurado por la enfermedad, los gálatas no se burlaron de él ni lo menospreciaron, sino que lo recibieron en realidad ‘como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús’ (Gálatas 4:14). Pablo no les reprocha el haberle mostrado una exagerada deferencia. Por el contrario, tenían razón al recibirlo de esa manera, porque era un apóstol, un embajador, un representante autorizado de Jesucristo.

Juan también usaba el plural de autoridad apostólica (por ejemplo, 3 Juan 9) y recordaba constantemente a sus lectores la enseñanza original que les había dado. En vista de la preponderancia de falsos maestros llega aun a escribir:

Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.

1 Juan 4:6

En otras palabras, el coincidir con sus enseñanzas era una prueba segura por la cual los lectores de Juan podían discernir entre la verdad y el error. Los falsos maestros mostrarían su falsedad al no escuchar a Juan, mientras los verdaderos cristianos certificarían su condición de tales por su sumisión a su autoridad apostólica.

La segunda forma en que se prueba la autoridad única de los apóstoles es que la iglesia primitiva la reconoció. Por ejemplo, en el período posapostólico, alrededor del año 110, apenas después de la muerte de Juan, el último de los apóstoles, el obispo Ignacio de Antioquía envió cartas a varias iglesias de Asia Menor y Europa. Al escribir a los romanos, dice:

Yo no os doy mandamientos, como Pedro y Pablo. Ellos eran apóstoles; yo soy sólo un hombre condenado.

Capítulo 4 de la carta de Ignacio de Antioquía a los romanos

Él era obispo, pero reconocía que aun la autoridad de un obispo no era comparable a la de un apóstol.

Cuando en el siglo IV la iglesia llegó finalmente a determinar qué libros debían incluirse en el canon del Nuevo Testamento y cuáles no, la prueba que se aplicó fue si un libro procedía de los apóstoles. ¿Había sido escrito por un apóstol? Si no, ¿emanaba del círculo de los apóstoles y llevaba el respaldo de su autoridad? Es importante agregar esto, porque no todos los libros del Nuevo Testamento fueron escritos por un apóstol. Pero al parecer se reconocía que si un documento no apostólico tenía una suerte de ‘imprimatur’ apostólico, debía aceptarse como tal. Por ejemplo, Lucas era conocido como un compañero fiel de Pablo, y los Padres de la iglesia primitiva Papías e Ireneo describieron a Marcos como ‘el intérprete de Pedro’ que registró fielmente las memorias de este sobre Cristo y la sustancia de su predicación. Así, pues, no es que la iglesia confiriese en modo alguno autoridad a los libros canónicos; simplemente reconoció la autoridad que ya poseían.

La autoridad de Cristo

Es tiempo ahora de resumir el argumento desarrollado. Cristo confirmó la autoridad del Antiguo Testamento. También proveyó la aparición del Nuevo Testamento autorizando a los apóstoles a enseñar en su nombre. Por lo tanto, si acatamos la autoridad de Cristo, debemos acatar la de las Escrituras. Es por Jesucristo que los cristianos aceptamos tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento.

¿Cuáles son las alternativas de esta conclusión? Hay sólo dos.

La primera es decir que Cristo estaba equivocado en su concepción de las Escrituras. En este caso la argumentación sería más o menos así: ‘La encarnación aprisionó a Jesús en la mentalidad limitada de un judío del siglo I. Naturalmente, aceptaba la autoridad de las Escrituras porque eso es lo que creían los judíos de sus días. Pero no es esta la razón por la cual debemos creer nosotros. Esos conceptos y los de Jesús están perimidos.’ Esta es la llamada teoría de la kenosis derivada de la palabra griega que declara que él ‘se despojó a sí mismo’ (Filipenses 2:7) al hacerse hombre. Y aunque como hombre parece haber ignorado ciertas cuestiones (dijo que no sabía el día de su retorno, Marcos 13:32), el hecho notable es que no desconocía su ignorancia. Reconocía los límites de su conocimiento.

Consecuentemente, nunca traspuso esos límites en su instrucción. Por el contrario, insistió en que enseñaba solamente lo que el Padre le daba que enseñara (por ejemplo, Juan 7:14–17; 12:49; 17:8). Por lo tanto, sostenemos su infalibilidad, la veracidad de toda su enseñanza, inclusive su respaldo a la autoridad de la Escritura.

La segunda alternativa propuesta puede expresarse de esta manera: ‘Jesús sabía perfectamente que no toda la Escritura era palabra de Dios y digna de confianza. Sin embargo, como todos sus contemporáneos lo creían, él se acomodaba a ello. No es necesario que nosotros hagamos lo mismo.’ Esta suposición es totalmente intolerable. Es ofensiva para Cristo e incompatible con su afirmación de ser la verdad y enseñar la verdad.

Además, nunca vaciló en disentir con sus contemporáneos sobre otros asuntos: ¿Por qué, pues, no lo habría hecho en este? Por otra parte, esta conjetura atribuye a Jesús precisamente lo que él más detestaba: la hipocresía o simulación religiosa.

Rechazamos, pues, tanto la teoría de la ‘kenosis’ como la de la ‘acomodación’. En cambio, debemos insistir en que Jesús sabía de qué estaba hablando, y que debía decir lo que decía. Enseñaba con sencillez, deliberadamente y con absoluta sinceridad. Declaraba el origen divino de toda Escritura por la sencilla razón de que así lo creía. Y lo que él creía y enseñaba es cierto.

Lección 6 – El respaldo de Cristo al Nuevo Testamento (parte 2)

Cuidadosamente (después de toda una noche en oración) escogió y designó, y luego procedió a preparar y autorizar a los doce apóstoles para que fueran sus testigos, tal como Dios había escogido a los profetas en los días del Antiguo Testamento:

En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles.

Lucas 6:12–13

Todos los seguidores de Jesús eran ‘discípulos’; sólo los Doce fueron llamados ‘apóstoles’. Un estudio del uso del título en el Nuevo Testamento muestra que, aunque había ‘apóstoles de las iglesias’ equivalentes en términos generales a los modernos misioneros (por ejemplo, 2 Corintios 8:23; Hechos 13:1–3; 14:14; Filipenses 2:25), los ‘apóstoles de Cristo’ eran un pequeño círculo restringido consistente en los Doce, Matías (que reemplazó a Judas), Pablo, Santiago el hermano del Señor, y tal vez uno o dos más.

Aunque toda la iglesia es apostólica en el sentido de que Cristo la envía al mundo en misión, y aunque todo cristiano debiera estar involucrado en esa misión, ‘apóstol’ no es un término aplicado en general a todos los cristianos en el Nuevo Testamento. Ni siquiera los leales y fieles colegas de Pablo, como Timoteo, eran apóstoles. Pablo traza deliberadamente una distinción entre él y ellos. Comienza, por ejemplo, su Epístola a los Colosenses: ‘Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano de Timoteo.’ Timoteo era un hermano. En realidad, todos los cristianos son hermanos. Pero no era un apóstol de Cristo como Pablo.

Las investigaciones modernas sugieren que la palabra griega apostolos es el equivalente de la aramea shaliach, y que shaliach en el judaísmo rabínico era una persona con un papel claramente definido. Era un emisario del sanedrín, enviado a los judíos de la dispersión para enseñar en nombre del concilio. De él se decía: ‘El enviado de una persona es ella misma.’ En otras palabras, era un plenipotenciario, que hablaba con la autoridad de la persona o cuerpo que lo había comisionado. Así Saulo de Tarso fue a las sinagogas de Damasco armado ‘con poderes y en comisión de los principales sacerdotes’ (Hechos 26:12; 9:1–2; 22:5).

Es en este contexto que Jesús escogió a doce hombres y deliberadamente les dio este título. Los apóstoles serían sus representantes personales, dotados de su autoridad para hablar en su nombre. Cuando los envió les dijo:

‘El que a vosotros recibe, a mí me recibe’ ().

Mateo 10:40; Juan 13:20

Los apóstoles de Jesús tuvieron una cuádruple condición: primero, tenían un llamamiento y autorización personales de Cristo. Esto es evidente en el caso de los Doce, y Pablo reclama algo semejante. Alegaba y defendía vehementemente su autoridad apostólica, insistiendo en que había recibido su comisión para ser apóstol ‘no de hombre ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre’ (Gálatas 1:1). Es revelador, además, que en uno de los relatos de la conversión de Pablo que da Lucas en Hechos, se nos dan las palabras mismas que Jesús empleó para comisionarlo, a saber, ego apostello se, ‘yo te envío’ o ‘te hago un apóstol’ (Hechos 26:17; 22:21).

Segundo, tenían una experiencia personal de Cristo. Los Doce fueron nombrados, dice Marcos, ‘para que estuviesen con él, y para enviarlos a predicar’ (Marcos 3:14). El verbo ‘enviarlos’ es otra vez apostellein, y su calificación esencial para la obra del apostolado era estar ‘con él’. De la misma manera, poco antes de su muerte, Jesús les dijo:

Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.

Juan 15:27

De este modo les dio oportunidades inigualables para escuchar sus palabras y ver sus obras, de modo que pudieran luego dar testimonio de lo que habían visto y oído (1 Juan 1:1–3). Era especialmente importante para ellos que fueran testigos de su resurrección. Por eso eligieron a Matías ‘para que tome la parte de este ministerio y apostolado, de que cayó Judas por transgresión’ (Hechos 1:25).

Es cierto, desde luego, que Pablo no era uno de los Doce originales, que no había sido un testigo presencial de Cristo como ellos, y que probablemente nunca vio a Jesús en la carne. Algunos han supuesto que los tres años que pasó en Arabia, durante los cuales dice que recibió su evangelio ‘por revelación de Jesucristo’ (Gálatas 1:11–12, 17–18), estuvieron deliberadamente destinados a compensarle los tres años del ministerio público de Cristo que había perdido. Sea como fuere, él cumplió su segunda condición apostólica siendo testigo de la resurrección: ‘¿No soy apóstol?’, exclama. ‘¿No he visto a Jesús el Señor nuestro?’ (1 Corintios 9:1). Se refiere, desde luego, a su encuentro con Cristo en el camino de Damasco. Aunque tuvo lugar después de la Ascensión, él sostiene que se trata de una aparición real, objetiva, del Resucitado, y agrega que fue la última. Al final de su catálogo de las apariciones de la resurrección escribe:

Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles.

1 Corintios 15:8–9

En tercer lugar, tenían una inspiración extraordinaria del Espíritu Santo. En el capítulo anterior vimos que la morada e iluminación del Espíritu Santo es privilegio de todos los hijos de Dios. No es un privilegio que estuviera restringido a los apóstoles. No obstante, el ministerio del Espíritu que Cristo les prometió era algo completamente único, como expresan claramente estas palabras:

Os he dicho estas cosas estando con vosotros. Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho … Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. Juan 14:25–26; 16:12–13

Estas maravillosas promesas han sido a veces aplicadas a todos los cristianos.

Indudablemente, en forma secundaria se refieren a todos nosotros. Sin embargo, su relación primaria es evidentemente a los apóstoles que estaban reunidos alrededor de Cristo en el Aposento Alto, de quienes él podía decir: ‘Os he dicho estas cosas estando con vosotros’ y ‘aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar’.

Les prometía dos cosas. Primero: que el Espíritu Santo les recordaría la enseñanza que él les había dado, y segundo: que la completaría, guiándolos a toda la verdad que por el momento no podían sobrellevar. El mayor cumplimiento de estas promesas se dio en la escritura de los Evangelios y las epístolas del Nuevo Testamento.

En cuarto lugar, tenían poder para hacer milagros. El libro de Hechos es llamado con razón ‘Hechos de los Apóstoles’ (ver Hechos 1:1–2; 2:43; 5:12), y Pablo designa las ‘señales, prodigios y milagros’ que había realizado como ‘las señales de apóstol’ (2 Corintios 12:12). Además, el propósito del poder milagroso dado a los apóstoles era acreditar su comisión y mensaje apostólicos:

¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad. Hebreos 2:3–4

Estas cuatro condiciones son las que dan a los apóstoles el carácter de únicos.

Lección 5 – El concepto de Cristo sobre el Antiguo Testamento

Tomemos primero el Antiguo Testamento. No cabe duda, como lo aceptará cualquier lector cuidadoso de los Evangelios, de que Jesús dio reverente asentimiento a la autoridad de la Escritura del Antiguo Testamento, pues él mismo se sometió a su autoridad. Daré tres ejemplos para demostrarlo.

Primero, Jesús se sometió al Antiguo Testamento en su conducta personal. Rechazó cada una de las tentaciones del diablo mediante una cita bíblica adecuada. A veces se dice que le citó las Escrituras ‘al diablo’. Pero no es así. Sería más exacto decir que se citó las Escrituras a sí mismo en presencia del diablo. Porque cuando el diablo le ofreció los reinos del mundo si le adoraba de rodillas, Jesús respondió:

Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás. 

Mateo 4:10

Jesús no estaba aplicando este texto a Satanás, sino a sí mismo. Sabía por las Escrituras que había que adorar sólo a Dios. Por lo tanto él debía obedecer. Como hombre, debía adorar a Dios, no a Satanás. La simple palabra gegraptai (‘está escrito’) era suficiente para él. No había necesidad de discutir, argüir o negociar. El asunto estaba resuelto por las Escrituras.

Esta voluntaria sumisión del Hijo de Dios a la autoridad de la Palabra de Dios es sumamente reveladora.

Segundo, Jesús se sometió al Antiguo Testamento en el cumplimiento de su misión.

Parece haber llegado a la comprensión de su papel mesiánico por medio del estudio de la Escritura del Antiguo Testamento. Se sabía a la vez el Siervo sufriente de Isaías y el Hijo del hombre de Daniel. De modo que aceptó entrar en su gloria sólo por el camino del sufrimiento y la muerte. Esto explica el sentido de necesidad, de compulsión que lo dominaba.

Le era necesario al Hijo del Hombre padecer mucho, y ser desechado … y ser muerto, y resucitar después de tres días.      

Marcos 8:31

¿Por qué le era necesario? Porque así lo decían las Escrituras. Voluntaria y deliberadamente se colocaba bajo la autoridad de lo que estaba escrito, decidido a cumplirlo en su misión y en su conducta. Así, cuando Pedro trató de evitar su arresto en el Getsemaní, le dijo que envainara su espada. Él no necesitaba defensa humana. ¿No podía pedir a su Padre legiones de ángeles que lo defendieran? ¿Por qué, pues, no lo hizo? Esta es la razón que dio:

¿Pero cómo entonces se cumplirían las Escrituras, de que es necesario que así se haga? 

Mateo 26:54

Tenía el mismo sentir luego de la resurrección, y lo confirmó a los dos discípulos de Emaús y al grupo mayor de seguidores:

¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? … Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.       

Lucas 24:26, 44

En tercer lugar, en sus controversias Jesús también se sometió al Antiguo Testamento.

Continuamente se encontraba envuelto en debates con los dirigentes religiosos de su día, y en cuanto había una diferencia de opinión entre ellos, apelaba a las Escrituras como único tribunal. ‘¿Qué está escrito en la ley?’ preguntaba. ‘¿Cómo lees?’ (Lucas 10:26) O bien: ‘¿Ni aun esta escritura habéis leído…?’ (Marcos 12:10) Una de sus principales críticas a sus contemporáneos tenía que ver con su falta de respeto a las Escrituras. Los fariseos le añadían y los saduceos le quitaban. Así, pues, decía a los fariseos:

Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición … invalidando la palabra de Dios con vuestra tradición que habéis transmitido.      

 Marcos 7:9, 13

Y a los saduceos:

¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?     

Marcos 12:24

De modo que no es materia de discusión que Jesucristo se sometía personalmente a las Escrituras. En sus propias normas éticas, en el entendimiento de su misión, y en los debates con los dirigentes judíos, lo que las Escrituras decían era decisivo para él. ‘La Escritura no puede ser quebrantada’, afirmaba (Juan 10:35). Y también:

Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.

Mateo 5:18

No tenemos pruebas de ningún momento en que Cristo contradijera el origen divino de las Escrituras del Antiguo Testamento. Algunos han supuesto que lo hizo al presentar las seis antítesis del Sermón del Monte, cuando dijo: ‘Oísteis que fue dicho … mas yo os digo …’ Sin embargo, no es con Moisés la disidencia, sino con las perversiones de la ley hechas por los escribas; no es con la Escritura (que es Palabra de Dios) sino con la tradición (que es del hombre). Toda la evidencia disponible confirma que Jesús asintió en su mente y se sometió en su vida a la autoridad de las Escrituras del Antiguo Testamento. ¿Por qué sus seguidores habríamos de hacer menos que él?

El respaldo de Cristo al Nuevo Testamento (parte 1)

Cristo respaldó el Nuevo Testamento, desde luego, en forma diferente a como lo hizo con el Antiguo, porque ninguno de los libros del Nuevo Testamento había sido escrito todavía.

Si la redacción del Nuevo Testamento, pues, pertenecía enteramente al futuro, ¿cómo podía él respaldarlo?

La respuesta a esta pregunta se encuentra en su designación de los apóstoles. Jesús parece haber previsto la necesidad de las Escrituras del Nuevo Testamento correspondientes a las Escrituras del Antiguo. En el Antiguo Testamento Dios estaba activo en la redención y el juicio de Israel, y él mismo levantaba profetas que dieran un registro e interpretación fidedignos de lo que estaba haciendo. Ahora Dios estaba activo, por medio de Cristo, para redimir y juzgar al mundo. ¿Habrían de perder las generaciones futuras esa revelación suprema y final de Dios en Cristo? No, debía haber escribas e intérpretes autorizados también para esta revelación. De modo que Jesús tomó recaudos para ello.

Lección 4 – La Autoridad de la Biblia

¿Es el mensaje bíblico lo que pretende ser: una revelación de Dios? ¿Podemos confiar en la Biblia?

Esta es una cuestión crucial que no se puede eludir. Están en juego asuntos de vital importancia. En primer lugar, la Biblia pretende ser (como hemos visto) un libro de salvación, ‘para instruirnos para la salvación’. Por lo tanto, debemos saber si el camino de salvación que nos presenta es verdadero o falso. El destino eterno de hombres y mujeres depende de ello.

En segundo lugar, la iglesia de hoy está confundida. El mundo no cristiano contempla constantemente el espectáculo poco edificante de cristianos en discordia y desencuentro.

¿Por qué sucede esto? La principal causa de confusión en la iglesia es la falta de una autoridad aceptada. Por último, desde luego, la iglesia debiera someterse a la autoridad de Cristo, su Señor. ¿Pero es posible que Cristo quiera gobernar y reformar a su iglesia mediante su Palabra? ¿Puede ser que su exhortación, ‘El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’ (Apocalipsis 2–3), sea una invitación a escuchar a la Escritura por medio de la cual el Espíritu habla todavía a la iglesia?

El rechazo de la autoridad

Al menos por estas dos razones nuestra investigación sobre la autoridad de la Biblia es de gran importancia práctica.

Sin embargo, se observan discrepancias en la actitud general contemporánea. Existen hoy fuertes corrientes antiautoritarias. Prevalece una rebeldía contra toda autoridad establecida, tanto de las instituciones como de las tradiciones. Si podemos demostrar que la Biblia tiene autoridad, muchas personas, a causa de ello, estarán más dispuestas a rechazarla que a aceptarla. Además, hoy en día está de moda mantener un tenue sincretismo religioso, es decir, negar que una determinada religión tenga algún elemento exclusivo, afirmar que todas las religiones son relativamente verdaderas y tratar de combinarlas. Otras religiones tienen también sus libros sagrados: ¿Qué hay de especial en las Escrituras cristianas, la Biblia?

Argumentos para la autoridad de la Escritura

El primer punto que mencionaré es que las iglesias cristianas históricas han sostenido y defendido consecuentemente el origen divino de las Escrituras. Sólo en épocas relativamente recientes algunas iglesias han cambiado su doctrina oficial sobre esta cuestión. Si consultamos los credos de las iglesias católico-romana, anglicana, presbiteriana, luterana u otras, el testimonio es prácticamente unánime. Ahora bien, este argumento no es concluyente y puede ser que a algunos no los convenza en absoluto. No obstante, no puede desecharse o menospreciarse con ligereza la tradición de siglos, además de que el consenso sobre esta materia es impresionante.

En segundo lugar, pasemos de lo que las iglesias históricas han enseñado consecuentemente a lo que los propios escritores bíblicos sostienen. Por ejemplo, Moisés dice que recibió la ley de Dios. Los profetas introducen sus oráculos con fórmulas como: ‘Así dice el Señor’ o ‘Vino a mí palabra del Señor, diciendo’. Y los apóstoles pudieron escribir declaraciones tales como esta de Pablo:

Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.

1 Tesalonicenses 2:13

Los autores bíblicos aseveran lo mismo unos de otros. Hallamos en la Escritura un complicado patrón de autorizaciones mutuas. Por ejemplo, los profetas confirman la ley, y los salmistas exaltan su verdad, hermosura y dulzura (por ejemplo, Salmos 19 y 119). Sobre todo, el Nuevo Testamento confirma el Antiguo, y los autores apostólicos toman de él una rica variedad de citas como garantía divina de lo que estaban escribiendo. Está incluso el famoso pasaje en que el apóstol Pedro se refiere a las cartas de ‘nuestro amado hermano Pablo’, comentando la ‘sabiduría’ que le ha sido dada, y donde equipara sus epístolas a ‘las otras Escrituras’ (2 Pedro 3:15–16).

La tercera línea de evidencia de la inspiración y autoridad de las Escrituras la proporcionan no los escritores, sino los lectores de las mismas. Porque la Biblia tiene ciertas características que no pueden menos que llamar la atención del lector observador. Se aprecia, por ejemplo, la notable unidad y coherencia del Libro, tema sobre el cual me he extendido en capítulos anteriores. En vista de la diversidad de autores humanos, la mejor explicación de esta unidad parece ser el hecho de la dirección de un único autor divino detrás de los autores humanos. Como un aspecto de esta unidad general, se observa también el notable fenómeno del cumplimiento de la profecía. Luego, la nobleza y dignidad de los grandes temas de las Escrituras y la extraordinaria importancia de su mensaje miles de años después, de lo cual da testimonio su continuada popularidad.

Además, cuenta el poder que ha tenido (o mejor, el poder de Dios manifestado a través de ella) en las vidas humanas, perturbando a los complacientes y consolando a los afligidos, abatiendo a los soberbios, reformando a los pecadores, animando a los vacilantes, dando esperanza a los agobiados y dirección a los que habían perdido el camino. Sumado a esto se halla lo que los reformadores llamaron ‘el testimonio interior del Espíritu Santo’. Es la profunda certidumbre de que la Escritura es la verdad de Dios, seguridad que surge no de la confirmación externa tal como los descubrimientos arqueológicos (por útiles que sean), sino interiormente, del Espíritu Santo mismo. Es la experiencia del ‘corazón ardiente’, recibida primero por los discípulos del camino a Emaús, pero concedida también a los discípulos cristianos del mundo moderno:

¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?  

Lucas 24:32

Sin embargo, la razón primera y suprema por la cual los cristianos creen en la divina inspiración y la autoridad de la Escritura no es lo que las iglesias enseñan, los escritores declaran o los lectores sienten, sino lo que Jesucristo mismo dice. Puesto que él apoyó la autoridad de las Escrituras, nos vemos obligados a concluir que su autoridad y la de las Escrituras se sostienen o caen juntas.

¿Pero cómo apoya Cristo las Escrituras? Las Escrituras consisten, desde luego, en dos mitades separadas, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Y la forma en que Jesucristo pone su sello es diferente para cada uno de ellos.

Lección 3 – La inerrancia de la Escritura

Junto con afirmar la infalibilidad de la Biblia, la teología reformada describe a la Biblia diciendo que es inerrante. La infalibilidad significa que no puede contener error mientras que la inerrancia afirma que no contiene error. La infalibilidad alude al potencial; describe algo que no puede ocurrir. La inerrancia describe el potencial realizado, lo que es.

Por ejemplo, yo podría obtener 100% en un examen de ortografía. En esa limitada experiencia yo sería «inerrante». No cometí ningún error en el examen. Eso no significa que se puede llegar a la conclusión de que, por lo tanto, soy infalible. Los seres humanos, susceptibles a errar, no siempre yerran. Una persona infalible nunca erraría porque dicha infalibilidad simplemente impide la sola posibilidad de error.

En los últimos años algunos eruditos han escogido afirmar que la Biblia es infalible pero no inerrante. Esto causa una confusión no menor. Como hemos visto,  infalible es el más fuerte de los dos términos.

¿Por qué entonces habrán preferido la palabra infalible estos eruditos? La respuesta probablemente se encuentra en el campo de las emociones. El término inerrancia es mal visto en ciertos círculos académicos. Está encargado de nociones peyorativas. A menudo se asocia el término con algunos tipos de fundamentalismo carentes de erudición Por otro lado el término infalibilidad tiene una historia de pedigrí académico, especialmente entre eruditos católicos romanos. Algunos rechazan el concepto católico romano de infalibilidad, pero no se lo asocia con teología retrógrada. Los jesuítas, por ejemplo, no son víctimas de ser considerados eruditos sin sofisticación. Para evitar la culpa por asociación con círculos anti-intelectuales, algunos se han distanciado del término inerrancia y se han refugiado en el término infalibilidad. Si durante el proceso se redefine infalibilidad para que signifique algo inferior a inerrancia, entonces tal cambio es una evasiva deshonesta.

Si bien ambos términos, inerrancia e infalibilidad, han sido integrales en la teología reformada histórica, la controversia moderna acerca de la confiabilidad de la Biblia ha llevado a algunos a plantear que el concepto de inerrancia en realidad no era algo que los maestros de la Reforma plantearan. Más bien, dirán, se originó entre teólogos escolásticos o racionalistas del siglo XVII. Aunque es correcto decir que el término inerrancia entró en uso más tarde, en absoluto es correcto afirmar que el concepto estuviera ausente en las obras de los reformadores del siglo XVI. Debemos poner atención a algunas afirmaciones de Lutero:

El Espíritu Santo mismo y Dios, el creador de todas las cosas, es el autor de este libro. La Escritura, aunque escrita por hombres, no proviene de hombres sino de Dios. Aquel que no lea estos relatos en vano debe afirmar con seguridad que la Santa Escritura no es sabiduría humana sino divina. La palabra de Dios permanece pues no puede mentir; y el cielo y la tierra pasarán antes de que la más insignificante letra o titulo de su palabra quede sin cumplir. No nos gloriaremos en nada excepto la Santa Escritura, y estamos seguros de que el Espíritu Santo no puede oponerse ni contradecirse a Sí mismo. San Agustín dice en la carta a San Jerónimo… «He aprendido que sólo debo considerar la Santa Escritura como inerrante». En los libros de San Agustín uno encuentra muchos pasajes que son dichos por sangre y carne. En cuanto a mí mismo también debo confesar que cuando hablo aparte de mi ministerio, en casa, sentado a la mesa, o en cualquier otro lugar, digo muchas palabras que no son la Palabra de Dios. Por eso es que San Agustín, escribiendo a San Jerónimo, ha establecido un valioso principio, que solo la santa Escritura debe considerarse inerrante.

Queda claro que el concepto de inerrancia no es una invención posterior. Está presente en al antigüedad a través de hombres como San Agustín e Irineo. Lutero claramente aprueba la opinión de Agustín. Encontramos el mismo grado de aprobación en los escritos de Calvino.

Claro está, la inerrancia y la infalibilidad no se aplican a las copias o traducciones de la Escritura. La teología reformada restringe la inerrancia a los manuscritos originales de la Biblia o autógrafos. Los autógrafos, es decir, las primeras obras de los escritores de la Biblia, no están disponibles en le presente.

Por esta razón, muchos se burlan de la doctrina de la inerrancia diciendo que es un punto irrelevante ya que no se puede verificar su verdad o falsedad dado que no teneos acceso a los manuscritos originales. Tal crítica malentiende el punto completamente. No defendemos la inspiración de los copistas o traductores. La preocupación central de la doctrina de la inerrancia es la revelación original. Aunque no poseemos los autógrafos como tal, sí podemos reconstruirlos con notable precisión. La ciencia de la crítica textual demuestra que los textos existentes son notablemente puros y altamente confiables.

Imaginemos que la vara de medición estándar que está guardada en la Oficina Nacional de Normalización (National Bureau of Standards) se perdiera producto de un incendio. ¿Significaría eso que ya no podríamos determinar el largo de un metro o un pie sin exactitud? Puesto que hay multitud de copias disponibles podrías construir la medida original con perfecta precisión. Restringir la inerrancia a los documentos originales equivale a poner atención a la fuente de la revelación bíblica, es decir, las personas que fueron inspiradas por Dios para recibir esta revelación y escribirla.

La teología reformada no hace defensa de la infalibilidad de las traducciones. Los que leemos, interpretamos o traducimos la Biblia somos falibles. La Iglesia Católica Romana añade otro elemento de infalibilidad al aseverar que la interpretación de la iglesia hace de la Escritura, especialmente cunado el Papa habla ex cathedra («desde el sillón» de San Pedro) es infalible. Aunque esto añade otra capa de infalibilidad, a cada persona católica romana aún le queda la tarea de interpretar la interpretación infalible de la Biblia infalible, y en eso pueden ser falibles. Mientras que los protestantes se enfrentan a la interpretación falible de la interpretación falible que la iglesia hace de la Biblia infalible, los católicos asumen un doble nivel de infalibilidad.

Si dos personas leen la misma porción de la Escritura y no están de acuerdo con su significado. Uno o ambos está entendiendo mal el texto.

Si alguien está convencido de que el texto original es falible, entonces no sentirá ninguna obligación moral de obedecer.

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