Lección 4 – La Autoridad de la Biblia

¿Es el mensaje bíblico lo que pretende ser: una revelación de Dios? ¿Podemos confiar en la Biblia?

Esta es una cuestión crucial que no se puede eludir. Están en juego asuntos de vital importancia. En primer lugar, la Biblia pretende ser (como hemos visto) un libro de salvación, ‘para instruirnos para la salvación’. Por lo tanto, debemos saber si el camino de salvación que nos presenta es verdadero o falso. El destino eterno de hombres y mujeres depende de ello.

En segundo lugar, la iglesia de hoy está confundida. El mundo no cristiano contempla constantemente el espectáculo poco edificante de cristianos en discordia y desencuentro.

¿Por qué sucede esto? La principal causa de confusión en la iglesia es la falta de una autoridad aceptada. Por último, desde luego, la iglesia debiera someterse a la autoridad de Cristo, su Señor. ¿Pero es posible que Cristo quiera gobernar y reformar a su iglesia mediante su Palabra? ¿Puede ser que su exhortación, ‘El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias’ (Apocalipsis 2–3), sea una invitación a escuchar a la Escritura por medio de la cual el Espíritu habla todavía a la iglesia?

El rechazo de la autoridad

Al menos por estas dos razones nuestra investigación sobre la autoridad de la Biblia es de gran importancia práctica.

Sin embargo, se observan discrepancias en la actitud general contemporánea. Existen hoy fuertes corrientes antiautoritarias. Prevalece una rebeldía contra toda autoridad establecida, tanto de las instituciones como de las tradiciones. Si podemos demostrar que la Biblia tiene autoridad, muchas personas, a causa de ello, estarán más dispuestas a rechazarla que a aceptarla. Además, hoy en día está de moda mantener un tenue sincretismo religioso, es decir, negar que una determinada religión tenga algún elemento exclusivo, afirmar que todas las religiones son relativamente verdaderas y tratar de combinarlas. Otras religiones tienen también sus libros sagrados: ¿Qué hay de especial en las Escrituras cristianas, la Biblia?

Argumentos para la autoridad de la Escritura

El primer punto que mencionaré es que las iglesias cristianas históricas han sostenido y defendido consecuentemente el origen divino de las Escrituras. Sólo en épocas relativamente recientes algunas iglesias han cambiado su doctrina oficial sobre esta cuestión. Si consultamos los credos de las iglesias católico-romana, anglicana, presbiteriana, luterana u otras, el testimonio es prácticamente unánime. Ahora bien, este argumento no es concluyente y puede ser que a algunos no los convenza en absoluto. No obstante, no puede desecharse o menospreciarse con ligereza la tradición de siglos, además de que el consenso sobre esta materia es impresionante.

En segundo lugar, pasemos de lo que las iglesias históricas han enseñado consecuentemente a lo que los propios escritores bíblicos sostienen. Por ejemplo, Moisés dice que recibió la ley de Dios. Los profetas introducen sus oráculos con fórmulas como: ‘Así dice el Señor’ o ‘Vino a mí palabra del Señor, diciendo’. Y los apóstoles pudieron escribir declaraciones tales como esta de Pablo:

Cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.

1 Tesalonicenses 2:13

Los autores bíblicos aseveran lo mismo unos de otros. Hallamos en la Escritura un complicado patrón de autorizaciones mutuas. Por ejemplo, los profetas confirman la ley, y los salmistas exaltan su verdad, hermosura y dulzura (por ejemplo, Salmos 19 y 119). Sobre todo, el Nuevo Testamento confirma el Antiguo, y los autores apostólicos toman de él una rica variedad de citas como garantía divina de lo que estaban escribiendo. Está incluso el famoso pasaje en que el apóstol Pedro se refiere a las cartas de ‘nuestro amado hermano Pablo’, comentando la ‘sabiduría’ que le ha sido dada, y donde equipara sus epístolas a ‘las otras Escrituras’ (2 Pedro 3:15–16).

La tercera línea de evidencia de la inspiración y autoridad de las Escrituras la proporcionan no los escritores, sino los lectores de las mismas. Porque la Biblia tiene ciertas características que no pueden menos que llamar la atención del lector observador. Se aprecia, por ejemplo, la notable unidad y coherencia del Libro, tema sobre el cual me he extendido en capítulos anteriores. En vista de la diversidad de autores humanos, la mejor explicación de esta unidad parece ser el hecho de la dirección de un único autor divino detrás de los autores humanos. Como un aspecto de esta unidad general, se observa también el notable fenómeno del cumplimiento de la profecía. Luego, la nobleza y dignidad de los grandes temas de las Escrituras y la extraordinaria importancia de su mensaje miles de años después, de lo cual da testimonio su continuada popularidad.

Además, cuenta el poder que ha tenido (o mejor, el poder de Dios manifestado a través de ella) en las vidas humanas, perturbando a los complacientes y consolando a los afligidos, abatiendo a los soberbios, reformando a los pecadores, animando a los vacilantes, dando esperanza a los agobiados y dirección a los que habían perdido el camino. Sumado a esto se halla lo que los reformadores llamaron ‘el testimonio interior del Espíritu Santo’. Es la profunda certidumbre de que la Escritura es la verdad de Dios, seguridad que surge no de la confirmación externa tal como los descubrimientos arqueológicos (por útiles que sean), sino interiormente, del Espíritu Santo mismo. Es la experiencia del ‘corazón ardiente’, recibida primero por los discípulos del camino a Emaús, pero concedida también a los discípulos cristianos del mundo moderno:

¿No ardía nuestro corazón en nosotros, mientras nos hablaba en el camino, y cuando nos abría las Escrituras?  

Lucas 24:32

Sin embargo, la razón primera y suprema por la cual los cristianos creen en la divina inspiración y la autoridad de la Escritura no es lo que las iglesias enseñan, los escritores declaran o los lectores sienten, sino lo que Jesucristo mismo dice. Puesto que él apoyó la autoridad de las Escrituras, nos vemos obligados a concluir que su autoridad y la de las Escrituras se sostienen o caen juntas.

¿Pero cómo apoya Cristo las Escrituras? Las Escrituras consisten, desde luego, en dos mitades separadas, el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. Y la forma en que Jesucristo pone su sello es diferente para cada uno de ellos.

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